martes, 23 de diciembre de 2008

Mercado navideño

Tengo un compañero japonés en el curso de idiomas. Un ingeniero cuarentón, vestido imepcablemente, y con un cerrado y característico acento. Un día, en la pausa del café, nos comentó que unos amigos suyos viajaban a Alemania para visitar los mercados de Navidad, en concreto los de Stuttgart, Munich y Nuremberg. El de Nuremberg es el famoso, aunque los suabos no dejan de estar orgullosos de su mercadillo navideño.

Pasear por él sirve para comparar tradiciones navideñas con España. Por ejemplo la abundancia de puestos de comida, en la mayoría de los cuales sirven glühwein. Este brebaje no deja de ser una especie de sangría caliente, que por eso mismo se sube a la cabeza con bastante facilidad. Y que a un servidor no deja de parecerle algo repugnante (y me he tomado unos cuantos, el último esta tarde en la oficina).

La decoración de los puestos en ocasiones sobrepasa lo extravagante. Y es que los alemanes inventaron la estética en el siglo XVIII, pero parece ser que desde entonces se han olvidado.Aquí Hansel mira sorprendido al Papá Noel que acaba de aparecer en medio del bosque.

Y aquí Papá Noel en pleno esplendor sobre la hierba (?) con un par de enanitos de jardín, las sábanas de la abuela y un par de trastos de la cocina.

Aquí un servidor, aquí una Nancy tamaño familiar...

Lo más sorprendente es comprobar como hasta tierras tan nórdicas y protestantes ha llegado la tradición del Belén (aquí conocido como Krippe). Y aunque no llegan a la complejidad y barroquismo de algunos españoles, se podían ver unos cuantos en el mercadillo.


Este en concreto presidía un puesto delante de la iglesia mayor de la ciudad.

Incluso el Ayuntamiento instala un Belén viviente, con una mula y un par de cabras (no, no recuerdo un buey).
El mercado acaba hoy. En todo caso, hoy también acaban mis navidades suabas. Mañana a estas horas estaré en Madrid. Nada como el hogar...

domingo, 21 de diciembre de 2008

El acordeonista de la Königstrasse


El acordeonista de la Königstrasse toca Piazzola. Se desgañita intentando hacer su propia versión de Libertango. Cuando llegué a Stuttgart perpetraba una versión infame de Adiós Nonino. El primer día me hizo ilusión, una melodía tan familiar en un entorno hostil. La segunda vez me detuve a escuchar, y comprobé el destrozo con mis propios oídos. Voluntad no le faltaba, y alabo el riesgo de atreverse con una pieza tan dificil. Luego cambió el repertorio. O puede que fuese otro acordeonista, el que en la misma Königstrasse interpreta, con más éxito, la Quinta de Beethoven o algo de Vivaldi. A fin de cuentas un acordeón no es un instrumento exótico en estas tierras, no es como el cajón rumbero que tocaba un trio allá por otoño, o como el inefable conjunto folclórico andino.

El acordeonista de la Königstrasse toca Piazzola...

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Pioneras


Leo hoy en el períodico que el pasado lunes falleció Matilde Ucelay. Como a la mayoría de mis lectores, el nombre me era por completo desconocido. Pero resulta que Matilde Ucelay fue la primera arquitecto española. Se graduó en 1936, poco antes del inició de la Guerra que silenció su carrera. Ucelay, secretaria del Colegio de Arquitectos durante los años del conflicto, fue depurada tras la guerra, excluida de cualquier encargo para la Administración e inhabilitada durante cinco años. Aún así, consiguió sacar adelante una larga carrera profesional, recompensada con el Premio Nacional de Arquitectura en 2004. El merito es mayor si tenemos en cuenta las duras condiciones de la posguerra española, especialmente para las mujeres. Todavía en las películas de los 60 (las que suelen poner en Cine de Barrio) se ve como el papel de la mujer en la sociedad era completamente secundario, y encontrar profesionales fuera de determinados oficios era complicado. Nada conozco de su obra, que se limitó sobre todo a viviendas unifamiliares. Pero me ha dado por reflexionar sobre las otras pioneras de la profesión.


Hay una fotografía bastante famosa. La reproducen con bastante frecuencia en los libros de Taschen. En ella están todos los asistentes al primer CIAM, en el castillo de La Sarraz, en Suiza. Hay unas treinta personas: está Le Corbusier en medio de la foto, el pequeño García Mercadal sentado en primer término, Juan de ZAvala sin corbata en el fondo, Mart Stam, y sólo hay dos mujeres, ninguna de ellas arquitecto. Y hablamos de la que supuestamente era la vanguardia intelectual de la época. En la celebre foto que se hicieron los maestros de la Bauhaus en la azotea de la escuela en Dessau solo aparece una, Gunta Stolz, responsable del taller de tejidos.

Y pasa lo mismo en la URSS, donde puedo recordar grandes poetisas (Amjatova o la trágica Tsetaeva), pintoras (Popova, Stepanova), pero no arquitectas.

Y es que incluso en el periodo de las vanguardías, las mujeres ocupaban un lugar secundario en la profesión, siempre detrás del gran hombre. ¿Cuántos diseños le plagió Le Corbusier a Charlotte Perriand (y aquí cabe recordar que la primera vez que Perriand apareció en el estudio de Le Corbusier, este la señaló la puerta, indicando que Aquí no se bordan cojines)? ¿Cuántos Mies van der Rohe a Lily Reich? ¿Cuánto hay de Gerrit Rietveld y cuanto de Truus Schroeder-Schrader en la celebérrima casa Schroeder de Utrecht? ¿Cuál era el verdadero peso de Aino Aalto de en estudio de su socio y marido? Queda quizás la figura un tanto solitaria de Eileen Gray. Y me da que casi todos los nombres citados han acabado más relacionados con el diseño de mobiliario o el interiorismo.

En los 60 las cosas no parecen haber cambiado demasiado. Entre los jovenes turcos del TEAM X, llamados a descabezar el CIAM, solo hay una mujer, Allison Smithson, y ligado por supuesto a su marido Peter (aunque aquí por lo menos siempre hablamos de los Smithson).

Ahora es normal ver a Zaha Hadid construyendo con asiduidad (aunque no sé si esto es bueno o malo...), o encontrarnos en los periódicos a gente como Dolores Alonso, Carme Pinós, Sara Morales, Izaskun Chinchilla (ejem). y aunque todavía la proporción entre el profesorado parece remitir a tiempos pasados, entre el alumnado la proporción va 50-50 y subiendo.

Vayan estas líneas como homenaje a estas pioneras y todas aquellas compañeras y amigas que intentan abrirse camino en la profesión (y que a veces tienen que soportar gilipolleces como esta)

domingo, 23 de noviembre de 2008

Listen, the snow is falling

En los últimos días, para preparar la navidad, los operarios del Ayuntamiento de Stuttgart han pintado los cielos de blanco. Este fin de semana han decidido hacer lo mismo con las aceras.


Para celebrarlo, en un raro momento de inspiración, he decidido subir hasta la colina que da nombre al land, Württemberg. Tomé nota de la dirección en mi guía, y tecleé el nombre en la web de la Empresa Municipal de Transportes de Stuttgart (en adelante, VVS). Anoté cuidadosamente las instrucciones y me pusé en camino.

Como sabía que el sitio estaba lejos, no me extrañó tener que ir hasta la vecina ciudad de Esslingen y allí tomar un autobús. El problema es que la supuesta parada del autobús estaba en medio de la nada. Me dió el tiempo justo de bajar, leer el cartel en la parada y volver a subir al bus. Y mientrás decidí hacer las cosas a la antigua usanza, esto es, usar un plano.

El autobús acababa en uno de los distritos de la periferia de Stuttgart, en la estación de tren. Desde allí no tenía más ir hasta la estación anterior y tomar un bus. Que tras un recorrido bastante tortuoso, me llevó hasta mi destino, el barrio de Rotenberg, un antiguo pueblo rodeado de viñedos.
Y en lo alto de la colina, la capilla funeraria del rey Guillermo y la reina Catalina.


La reina Catalina era hija del zar de Rusia. Falleció con apenas 30 años en 1819, y como muestra de amor eterno, su marido el rey Guillermo I decidió derribar el castillo de Württemberg y levantar un monumento en su memoria. Como el Taj Majal, vamos. El edificio es obra del italiano Giovanni Salucci, que, como tantos otros, se inspiró en la villa Rotonda de Palladio. Desgraciadamente, hoy estaba cerrada (aunque según el cartel de la entrada, no debería).


Aunque por supuesto, lo mejor del lugar son las vistas. Lástima que los habitantes del edificio no puedan disfrutarlas...

Por desgracia, cuando volví a la parada del autobús, descubrí que faltaban 20 minutos para que llegará el siguiente. Y Rotenburg tampoco tiene mucho más para ver. Una iglesia medio gótica, medio barroca, con su cúpula de cebolla, degraciadamente cerrada, y nada más. Así que resignado, me acurruqué en la marquesina a esperar. Bajo cero. Durante la bajada en el bus, me quedé medio dormido, y cuando desperté creí haberme pasado de parada. Afortunadamente, solo fue un error en la lectura del cartel del autobús (aunque un señor bastante amable me ayudó a indicarme donde tomar el tren de vuelta).

Cuando, tras pasar el resto de la tarde en la feria del libro, volví a casa, rompió a nevar con más intensidad. Incluso ha tenido que pasar el quitanieves dos veces, una por cada sentido de circulación, con una larga cola de coches detrás.


Ir al teatro aver una obra de la que no vas a entender la mitad y acabar hablando con el actor protagonista de la obra (al que, por cierto, sorprendió bastante encontrarse con tres extranjeros entre el público), no tiene precio.

En el fondo, este es tipo de batallitas que hacen que arriesgarse a salir con este frío merezca la pena.

lunes, 17 de noviembre de 2008

L´Alsacienne

Para atajar el spleen otoñal (como pega el jodío), un servidor se largo el domingo a Estrasbburgo con un grupo de Erasmus españoles.

Otro día escribo con más calma.

viernes, 14 de noviembre de 2008

(Conversación con la griega, camino del autobús)

-Hay veces que los fines de semana se me hacen eternos. Me faltan cosas que hacer.

-¿Te faltan cosas qué hacer o gente con la que hacerlas?

-Las dos cosas. Aunque ahora que lo dices...

(Peiboll llorándose ante sus cuatro lectores)

jueves, 13 de noviembre de 2008

A ciegas en Gaza, en la noria con los esclavos

De tanto buscar concursos me he acostumbrado a dejar el correo de la oficina abierto. Y entre correspondencia de proyectos en curso y correos de rubias rusas que buscan compañía, de vez en cuando llegan solicitudes de estudiantes buscando prácticas, que en muchos paises son obligatorias. Suelo echar un ojo, curioso por saber que clase de gente puede acabar trabajando conmigo (aunque no haya sitio en la oficina, ni trabajo ahora mismo). Normalmente suelen escribir indios, pero hoy ha llegado un correo, en inglés desde Bélgica. Y me he quedado helado. Y es que tras la habitual parrafada de tenemos que cumplir x semanas de prácticas para conseguir el título y le enviamos nuestro portfolio me encontrado con un no pedimos salario, sólo nos interesa la experiencia.

Coño, hay días que nos empeñamos en tirar piedras sobre nuestro propio tejado.

That´s Enterntainment

Cuando mi jefe decidió, al día siguiente de las elecciones, poner en uno de los paneles que tenía que presentar al Ayuntamiento Yes, We Can, debió pensar que con invocar a Obama sería suficiente. Y se equivocó. Así que llevamos toda la semana buscando concursos, lo que sea para seguir a flote (total, estamos en un país oficialmente en recesión).

Y para rematar las cosas, hoy han venido los de la tele al estudio. Mi jefe fue campeón de Europa de skate (todavía tiene un par de tablas por la oficina), y estamos construyendo un skatepark cerca del cementerio. Y querían hacerle una entrevista al respecto.

Hacer una entrevista en una oficina acaba generando una situación bastante extraña. Todo el mundo sin moverse de su sitio, sin hacer ningún ruido para no molestar. Hasta que sonó un móvil. Que resultó ser el i-Phone de mi jefe. Se me ocurren pocas situaciones más inoportunas para que suene un móvil. En realidad se me ocurre alguna bastante más inoportuna (y sí, contesté). Lo curioso es que fue como si se rompiera el encantamiento. Todo el mundo se levantó para consultar algo en la otra punta de la oficina. Cuando se reanudó la entrevista, sonó otro móvil, en este caso el de un compañero que se sentaba al lado de donde estaban filmando a mi jefe. Y aunque intentó desentenderse y salir un momento a fumar, finalmente entró en cuadro para contestar. Y a la vez empezó a sonar el teléfono de la oficina. Con la secretaria fuera.

Definitivamente el montador lo va a flipar.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Dos meses

Pues a lo tonto ya llevamos dos meses por aquí. Debería hacer balance y esas cosas. En vez de eso voy a contar que mi compañero el chef se ha decidido hoy a hacer una tortilla de patata. Con pimienta. Ahí queda eso.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Esperando el hundimiento...

Hace unos meses, paseando por el mercado de San Telmo, encontré en una almoneda una cinta de la gorra de uno de los marineros del Graf Spee. El Graf Spee era un barco corsario que durante los primeros meses de la Segunda Guerra Mundial sembró el terror entre los mercantes británicos que se navegaban por el Atlántico Sur. Tras ser descubierto, se inició una cacería que acabó con el barco seriamente dañado y refugiado en Montevideo. Incapaz de entablar batalla, el capitán decidió evacuar el barco y hundirlo en aguas internacionales (dos días después se pegó un tiro en su hotel de Buenos Aires, pero esa es otra historia). El caso es que estos días he tenido ocasión de darle vueltas a esta historia.

Llevabamos varias semanas en mi caso, y más de un año en el de toda la oficina, trabajando en la tienda de una firma de ropa y complementos con mucho glamú situada en una gran capital europea. El típico proyecto que mantiene el estudio a flote. El caso es que el viernes a última hora el jefe nos convoca a una reunión a última hora. Y nos informa de que el superjefazo de la firma de ropa y complementos con mucho glamú, tiene un amigo arquitecto. Y que ese amigo ha perdido un par de proyectos en Asia. Y que para compensar, han decidido quitarnos el proyecto y dárselo a él. La primera reacción es de estupefacción. La segunda es darte cuenta de que estamos bien jodidos. Como el Graf Spee: en un puerto neutral, sin municiones y con media Royal Navy dispuesta a tocarte It´s a Long Way to Tipperary a cañonazos.

Y esta mañana se mascaba la tragedia. Y yo pensaba en ese capitán a punto de dar la orden de hundir su barco, con su uniforme de gala y sus condecoraciones. Pero mi jefe no vino de uniforme. Llegó, se sentó con la arquitecta más veterana, y mantuvo una larga reunión. Los demás, sin nada que hacer, fingíamos que trabajabamos. Es lo mejor que podemos hacer, me dijo la compañera griega, que había llevado el proyecto, para que la situación no parezca más rara.

Cuando volvimos del almuerzo comprobamos que no estaban en la oficina. Nada que hacer. Demasiado tiempo para pensar. En un momento dado la griega y yo nos sentamos en la mesa de la sala de reuniones.

-Mi contrato se acaba en enero y no sé que pasará entonces. El jefe tendrá que tomar decisiones respecto al personal. Por lo menos a ti no te puede echar. Tienes la beca.

-Bueno, no pueden echarme porque soy la pieza más barata.

A media tarde han vuelto. Y entonces hemos tenido el desayuno (casi el té con pastas) de trabajo. En ese momento ya habíamos agotado los bretzels con mantequilla que llevaban en la mesa desde las 9. Y ha repetido el discurso del viernes. Y nos ha pedido que busquemos concursos, ideas, lo que sea para mantener el estudio en funcionamiento. Y fuimosnos y no hubo nada.

Y de momento el barco sigue a flote.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Cristales rotos


Hace unas semanas tuve que lidiar con mi la memoria histórica de mi país en un incidente un tanto desagradable. Hoy he podido comprobar como afrontan los alemanes su propio pasado.

Había visto el cartel hace un par de días. Un concierto en una iglesia al oeste de la ciudad. El programa: el Cuarteto para el fin de los tiempos de Olivier Messiaen, lo suficientemente atractivo como para animarme a ir.

Estaba en la iglesia a la hora señalada. Recogí el programa de mano, encontré asiento y me dispuse a esperar a que empezara la música. Me puse a leer el programa (aunque mi nivel de alemán me impide distinguir la etiqueta del champú de Berlin Alexanderplatz). Me llamó la atención que entre algunos de los movimientos del cuarteto se intercalaran textos leidos por dos chicas (estudiantes de la Academia para la Palabra Hablada, salvo que algún alama caritativa me encuentre una traducción adecuada para gesprochenes Wort). Llamativo, pero a la vista del interés de Messiaen por la sinestesia y ese tipo de cosas, no le dí más importancia. También leí que era un concierto conmemorativo del 9 de noviembre (y ahora me fijo, en ese mismo programa que reposa junto a mi mano izquierda, que venía la fecha completa, incluido el año, pero no adelantemos acontecimientos).

El concierto comenzó cuando dejaron de sonar las campanas. La música, ciertamente sublime. Es mi primer acercamiento a Messiaen, y me da que va ser el comienzo de una hermosa amistad. Los primeros textos leídos fueron poemas, aunque no pude entender demasiado su significado. Y después de un hermoso movimiento para clarinete solo, las dos recitadoras comenzaron con lo que el programa llamaba Biographischer Text. Y cuando comenzaron comprendí todo. Y recordé, y además lo había hablado la noche anterior con mi compañero de piso, que hoy se cumplen 70 años de la Kristallnacht, la noche los cristales rotos, y que ese concierto era un homenaje, un recuerdo, una expiación. Y sí, no entendí demasiado de lo que se leyó, pero de vez en cuando, a traves de esos textos, textos de testigos presenciales (incluida la carta que el escandalizado consul de Estados Unidos en Stuttgart envió a su embajador en Berlín) llegaban retazos del horror. Todo ello combinado con una música pensada para evocar el apocalipsis, y que fue escrita por alguién encerrado en un campo de prisioneros (que no de concentración). Aunque no deja de ser paradójico que en un país que todavía incluye en los contratos laborales y los papeles del Registro Civil el apartado Confesión, se acabe recordando el crimen cometido contra los judíos en una iglesia protestante y con música de un católico ferviente.

Cuando acabó el concierto, la violinista permaneció un rato de pie, esperando. Curiosamente, nadie atendió a su petición. Y durante un par de minutos la iglesia permaneció en silencio, no se si conmovida o simplemente esperando a que alguién rompiera a aplaudir. Es una escena extraña, especialmente para alguien que viene de un país con un público particularmente ruidoso y dado al aplauso (siempre he pensado que 4´33" en el Auditorio Nacional de Madrid debería anunciarse como Concierto para toses, carraspeos y murmullos). Y entonces, tras dos minutos incómodos tanto para el público, que no sabía como reaccionar, como para los músicos y recitadoras, que no sabían como reaccionar ante la falta de reacción, estalló la ovación. Duró otros dos minutos. Y eso fue todo.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Día de Difuntos

(Por una vez la cronología de este blog y la del mundo real coinciden. ¡Hip, hip hurra!)

Hace una semana me decidí a visitar el norte de la ciudad. Hay un inmenso parque en Killesberg, cerca del Weissenhof, con una torre panorámica. Una compañera del curso de idiomas me recomendó el lugar.

El ambiente era más o menos el de cualquier parque un domingo. Familias con niños, deportistas, jubilados, parejitas,... Y en medio, la torre.


Que en el fondo no es más que el resultado de meterle dos helicoides a la Torre de la Radio de Moscú, con 80 años de avances tecnológicos de por medio (el proyecto, por cierto, es obra de Jörg Schlaich, al que los que sufrimos Construcción de 4º con Araujo y Jurado recordamos con cariño, aunque sólo sea por la inenarrable forma de pronunciar su nombre por parte de Jurado; por cierto, que en unos meses los madrileños podrán disfrutar de una obra de Schlaich, la cubierta del patio del Antiguo Palacio de Comunicaciones y Nuevo Ayuntamiento).

Para subir a la torre hay que pasar por caja. En concreto por la caja que está detrás de la ranura que está en el cartel, y que si mi alemán no me engaña, aquí llaman taquilla. En todo caso, el ascenso compensa, por unas vistas realmente espectaculares de la ciudad. Pocas ciudades en el mundo se pueden mirar a si mismas con la delectación narcisista-onanista de Stuttgart. Eso sí, el mejor mirador lo reservo para las visitas.


Tras y esto y una segunda visita al Weissenhof (que ya tendrá su propia entrada, claro), decidí iniciar el descenso, y hacer una parada en el inmenso cementerio de Prag. Mucha gente suele mirarme raro cuando hablo de turismo de cementerios. Te miran como un bicho raro, cuando muchas guías turísticas los incluyen (del Pere Lachaise a Recoleta y del judío de Praga a Sankt Marx). Todavía existen muchos tabúes acerca de la muerte. Pero en el fondo pocas cosas hay tan bellas como los viejos cementerios. El de Prag es viejo. No luce las galas aristocráticas de sus parientes del sur, ni llega a la discrección de los cementerios protestantes del norte, una pradera con apenas unas placas. Apenas hay celebridades, un poeta romántico de segunda fila y un famosísimo ingeniero aeronáutico que acabó aterrizando aquí (sí, ya sé que es un comentario facilón). Los panteones aristocráticos son bastante modestos, e incluso se aprecia la persistencia de ciertos rituales funerarios egipcios.


(O eso, o hay gente con humor suficiente como para meterse de botellón en el panteoón de los condes von Nosequé zu Nosecuantos).

Me había prometido volver este fin de semana para comprobar como son los ritos de estas fechas en una región que es medio católica medio protestante. Al final, por mi incurable desidia lo dejé estar.

Pero esta noche me encontré frente a las peculiares honras funebres germánicos. Volvía del centro de la ciudad de tomar un café con una amiga. Me gusta pasear de noche; de hecho me lo voy tomando como un juego: hay que llegar a casa sin subir escaleras, evitando los pasajes subterráneos y determinadas calles que por familiares ya están gastadas (y que constituyen el camino más rápido). Sabía que el camino que estaba tomando bordeaba un cementario. Lo sabía porque lo había utilizado otra vez y porque lo había visto en el plano. Me dí cuenta cuando vi la entrada reservada al jardinero, y con una horterísima señal de perros no. A medida que ascendía la calle y la tapia descendía (en algún punto alcanzaba apenas 70 centímetros respecto al acera, pudiendo saltarse con bastante facilidad), algo llamó mi atención. Velas. Velas encendidas ante las tumbas, en las tumbas, como si contuvieran el último hálito de vida, como si fueran el último vínculo con la existencia del difunto. Una constelación de velas, en su mayoría rojas, de fuegos, no fatuos sino reales, asomando entre las cruces y las lápidas, dando vida en la noche a un sitio en el que la poca vida visible se manifiesta de día.

Miré al otro lado de la calle. Velas. Velas en un primer piso, donde una pareja se disponía a cenar. Luces. Luces en el piso de arriba, en un estudio completamente recubierto de libros, en una casa completamente recubierta de libros. Habitaciones con vistas, aunque sea la clase de vistas que pocos desean.

Y entonces llegué a lo alto de la colina. Y contemplé la ciudad, un espectáculo de luces no muy distinto del que mostraba el cementerio. Y me acordé de Dámaso Alonso.

lunes, 27 de octubre de 2008

La casa (II)


Stuttgart es una ciudad sin medianeras. Como si se contagiaran de la frialdad nórdica, las casas se separan en las manzanas, dejando unos pasadizos un tanto siniestros que conducen a patios. Pero este no es el mundo de los patios de Lyon, que eran la verdadera fachada de las casas patricias o Berlín. Los patios de Stuttgart son más sordidos y a la vez más prosaicos. El de mi casa en concreto sirve para dejar los cubos de la basura y unos columpios para los niños. Y detrás el muro que contiene la habitual pendiente. Sí, también hay patios con escalera.

Resulta chocante el contraste que se establece entre los pasadizos y el aire de respetabilidad de las fachadas guillerminas, con su pomposidad neobarroca: la marca de una sociedad que guarda las apariencias, pero a la vez intenta ocultar sus vicios sin llegar a conseguirlo.

Por supuesto que los pasadizos no solo sirven para llegar al patio, sino que a menudo constituyen la entrada a la casa. Porque es complicado hablar de portales en Stuttgart. Te acostumbras a España, a Madrid, a esa cultura que no sólo vive de guardar las apariencias, sino que ha convertido las apariencias en el centro de su vida. Piensas, no sólo en las casas de Salamanca o Almagro, en esos portales en esquina que permitian maniobrar con comodidad un coche de caballos (o un Hispano-Suiza), sino en las pocas casas del siglo XIX que quedan en Tetuán, y que muestran unos portales bastante dignos. Y entonces descubres a la casa, con su fachada de piedra y sus frontones, se accede por un lugar así:

Sé que los alemanes a veces presumen de ser informales (y a las pintas que lucen los que van a Mallorca me remito). Pero el hecho de entrar de un modo tan directo, casi pisando el primer peldaño nada más abrir la puerta, acaba por resultar violento.

En todo caso, y como los ascensores son algo exótico en los edificios de esta ciudad, hay que usar la escalera (¿he dicho alguna vez que aquí todo tiene escaleras?) para llegar al tercero. Y una vez allí cruzar una puerta con vidrios. Sí, he escrito vidrios. Y aunque sean translucidos, provoca una sensación extraña el ver la luz de tu casa encedida mientras subes la escalera, o intuir a los vecinos que bajan desde dentro.

Por dentro la casa es como la mayor parte de las casas de estudiantes. No hay salón (todavía no he encontrado una explicación razonable, aunque imagino que para un casero será más rentable prescindir de la pieza y alquilarla como dormitorio), así que la vida en común se tiene que hacer en la cocina, que todo sea dicho, tampoco es muy grande.

A cambio, los dormitorios son inmensos, de una inmensidad que roza lo indecente. Tengo 25 metros cuadradados (casi un mini piso), un televisor (que apenas uso, pero que es uno de los dos que hay en la casa, con lo cual a veces tengo visita...), un sofa cama (alguien debería darle un repaso a la tapicería), una mesa de diseñador (igual que la de mi jefe, pero en mejor estado) y una cama de matrimonio. Con la cama ha pasado algo curioso. Al principio sólo ocupaba el lado izquierdo. Pero ultimamente estoy empezando a dormir en diagonal, colonizando poco a poco el lado derecho, con su almohada y su edredón.

25 metros de refugio contra el frio que viene...

jueves, 23 de octubre de 2008

Alemanes, Franco ha muerto


Mi compañero de piso es un borracho. Ya sé que en otra entrada me detendré con más calma en la fauna que me rodea (no, los erizos no cuentan), pero este es un detalle importante. y diría que sus amigos también, por lo menos el que he tenido la ocasión de conocer.

Al menos un par de veces se ha pasado por casa. Por lo que sé, estudia literatura inglesa (ah, estos eternos estudiantes) y al parecer es muy buen escritor (esto me lo han contado; con mi nivel de alemán tendré que creermelo, porque de momento soy capaz de confundir la etiqueta del champú con un fragmento de Fausto). Pero el problema es que se descontrola cuando bebe. Primero tuve que torearlo mientrás limpiabamos la cocina Podéis imaginar la clase de limpieza que puede perpetrar alguién con un par de litros de vino peleón en el cuerpo. Y mientras arrasaba con todo, me daba lecciones, en inglés, sobre lo importante que es la limpieza para los alemanes. En ese momento ya me empezaba a sentir incómodo, pero decidí quedarme, para poder escucharles hablar alemán. En un momento dado el personaje decidió hacerme la pregunta clave, y un tanto cansina:

-¿Te ha influido mucho Franco?

Mi compañero de piso en ese momento comenzo a mostrarse incomodo también, mientrás su amigo se enzarzaba en un confuso discurso sobre racistas, nazis, gente alzando el brazo delante de "esa cruz gigante que teneis en España". Al cuarto de hora tuvimos que echarlo, no sin que antes pasará por el baño, con bastante mala puntería.

Viene todo esto a cuento, no sólo de que cada día aguante menos el alcohol y los borrachos, sino también por la pesadez de que después de 30 años sigan preguntando por el personaje en cuestión. Cada vez que el New York Times o cualquier otro periódico extranjero hablan de España, siempre acaban haciendo la mención obligatoria a Franco. Puede que sea por delicadeza, o por estar hartos de esto, pero no recuerdo que ningún periódico español cite a Salazar cada vez que habla de Portugal, o a Stroessner cada vez que habla de Paraguay.

A veces no hay como irse lejos para sentir el peso de la Historia en la nuca.

sábado, 18 de octubre de 2008

Primera visita al Weissenhof



(Que conste que está entrada debía haberse publicado hace un par de semanas, para coincidir con la semana de la Arquitrectura, pero entre circunstancias laborales y que estoy un poco perruzo, no he encontrado tiempo hasta hoy).

Una mañana de domingo decidí aprovechar el tiempo y darme una vuelta por el lugar que da nombre a este blog. La experiencia no se si situarla en el campo del turismo arquitectónico o en el de la arqueología. 75 años son muchos, y con esa perspectiva sabemos cuales fueron las fallos de la generación de los años 20, y hasta que punto sus propuestas quedaron desfasadas.

Por cierto, que el Weissenhof es ya una atracción turística, señalizada convenientemente en la estación de metro y en todos los folletos que reparte el Ayuntamiento.


Lo primero que se encuentra uno, si rodea la Facultad de Bellas Artes, es el bloque de Mies van der Rohe. No es una de las obras más importantes de su autor, y está muy alejada de los experimentos vanguardistas que proponía en la misma época. Podíamos decir que su elegancia roza lo anodino, aunque sigue siendo mejor que bastantes de los bloques de viviendas que se construyen en la actualidad.


Enfrente se encuentran las pequeñas casas de Oud. Una propuesta bastante más arriesgada. La fachada trasera, la de los cuartos de servicio, es la que da a la calle. Y uno no puede evitar descubrirse ante la rotundidad de los volúmenes.


E incluso ante la tersura de la fachada del jardín


Pero el plato fuerte de la visita son las tres casas de Le Corbusier.

La pequeña es, junto al Pabellón de L´Esprit Nouveau en la Exposición de Artes Decorativas, la única versión construida de la casa Citrohan. Sigue habitada (y supongo que los propietarios deben estar bastante hartos de fisgones).


Las otras dos, una casa doble, han sido convertidas en museo.



La primera de las casas alberga una exposición bastante completa sobre el Weissenhof, su época y sus arquitectos. El montaje es impecable y bastante atractivo:


La visita a la casa concluye en la azotea (el viejo Corbu hubiera dicho el tejado jardín), y allí, mientras disfrutaba de las vistas, sonó el teléfono. Reunión en la oficina y vista abortada.



Así que la visita a la otra casa, impecablemente restaurada, tuve que hacerla a paso de carga. En todo caso, es la tercera vivienda de Le Corbusier que visito (y todas de este periodo), y todo me resulta familiar. Aunque no tenga la exhuberancia espacial de Villa Savoye.


Así que un último vistazo, y a sufrir a la oficina (que ademá la reunión duró 5 horas).



Por cierto, que a la vista de esta foto (y de la vecina casa de Victor Frank, pintada en color melocotón), podemos concluir que a pesar de lo que diga el título de este blog, el Weissenhof nunca fue completamente blanco.

Fauna urbana

Uno de los recuerdos más nítidos que tengo de Berlín es ver un zorro cruzando tranquilamente Leipzigerstrasse (?). En Stuttgart he visto sobre todo insectos (babosas incluidas) y arañas de dimensiones respetable. Pero lo último que me esperaba al subir una escalera era encontrarme con esto:

viernes, 17 de octubre de 2008

Las consecuencias del debate

Llevamos un par de días bastante perruzos en el curro. Una vez terminada la maqueta del proyecto (en plexiglás, y con una motosierra muerta por el camino), me han pedido que remate otra, la de la futura casa de mi jefe.

En el taller he puesto la radio, y tras escuchar un rato una emisora de ópera, he estado buscando un poco de rock. He localizado una en la ponían música 60 (los Bee Gees en su época psicodélica para más señas). Al rato me he dado cuenta de que había algo raro en la locución. No hablaban en alemán, sino en inglés, con un acento americano bastante cerrado. Al escuchar una cortinilla me he dado cuenta de lo que estaba escuchando: la AFN, la emisora del ejercito norteamericano. Que, por cierto, tiene una selección musical estupenda, aunque hay cosas que no me terminan de cuadrar:



(¿Qué pensará Malcolm Mclaren de esto?)

Tras unas noticias digamos un tanto peculiares (incluyendo entre los titulares el procesamiento de tres mecanicos por el accidente de Barajas y los habituales estamos machacando a los talibanes en Afganistán y a los insurgentes en Iraq, bla, bla) ha empezado un programa de opinión política. Al principio no he prestado mucha atención, pero la agresividad y el tono de cabreo del presentador me han obligado. Y el insistente mensaje de que Obama nos va a llevar al comunismo, y las permanentes alusiones a Joe el Fontanero (que va camino de convertirse en la versión yanqui de la niña de Rajoy) me han empezado a mosquear. Y entonces una cortinilla ha anunciado el nombre del interfecto: Rush Limbaugh.

Coño, me he tirado casi una hora escuchando al equivalente USAmericano de Jiménez Losantos.

Y yo con estos pelos

jueves, 16 de octubre de 2008

La definición del trabajo

Salgo a almorzar con dos compañeros de trabajo. De camino uno de ellos se cruza con un señor mayor, que por el contexto de la conversación deduzco que debe de ser arquitecto, posiblemente profesor. En medio de una conversación que me cuesta descifrar (el acento es muy cerrado), el hombre le pregunta a mi otro compañero que qué le parece la profesión. La respuesta:

Mucho trabajo para poco dinero

(Que conste que el presunto arquitecto dijo que no todo en esta vida es el dinero, que siempre queda la satisfacción de la obra construida... El problema es que la satisfacción no da de comer)

martes, 14 de octubre de 2008

Pudimos


Situación a día de ayer:

-Más horas de trabajo en tres días que la mayoría de la gente en una semana (en concreto 45).
-Salir del trabajo un domingo a las 2 de la mañana (casi lunes).
-Sesiones críticas interminables intentando pulir detalles que no terminaban de funcionar.
-Un plano de situación casi perfecto que se echó a perder tras dos conversiones a PDF.
-Media oficina al borde del ataque de nervios.
-La otra media al borde del ataque de nervios por otra entrega que ha tenido lugar hoy.

Pero al fin, ayer al mediodía, entregamos el dichoso concurso de la guardería. Sólo quedar rematar la maqueta para la presentación (los alemanes lo hacen así, la maqueta dos días después de los planos), en plexiglás.

Lo más preocupante de todo esto es que me parece que estoy disfrutando de esta locura...

domingo, 12 de octubre de 2008

Información desde el frente

(Nota: La siguiente entrada contiene amplias dosis de autobombo, pero, que coño, para una vez que me dicen algo agradable en el trabajo, no lo voy a ocultar).

En condiciones normales debería estar a estas horas de juerga con mi compañero de piso y lo que se tercie. Pero gracias al concurso llevo dos días viendo la medianoche en la oficina.

No voy a negarlo. El proyecto va a trompicones. Hoy hemos tenido otra de esas largas sesiones críticas (en serio, es como las clases de proyectos, pero jugandote dinero) en la que han machacado las plantas, las secciones y los alzados (estos últimos dibujados por mi), los renders,... Después de tres horas, acabada la reunión, mi jefe se ha acercado a mi mesa con una maqueta.

-Pablo, ¿hiciste tú está maqueta?

(Asustado)-Sí, hace tiempo.

-Es que es preciosa. La curva es perfecta, las proporciones también. Me pregunto en que punto nos desviamos de esto. Supongo que al tener que cumplir con las distancias a linderos. Pero hay que volver a esto en la medida de lo posible.

Al rato, antes de irse, y mientras un compañero me indicacaba que me hiciera cargo del plano de situación, me ha soltado:

-Haz que la belleza vuelva a este proyecto.

Teniendo en cuenta que me sigo considerando un técnico puro y duro, y que cada decisión de tipo compositivo va precedida de un cuarto de hora de discusión, me parece que no soy la persona más adecuada para esta tarea. Pero, es lo más bonito que me han dicho en el trabajo desde..., desde... Sinceramente, creo que nunca me habían dicho algo así en el trabajo. Imagino que en unas horas vera el plano de situación y se tirará media hora jurando en arameo (o en alemán, que para el caso lo entiendo más o menos igual).

jueves, 9 de octubre de 2008

Siempre hay un camino a la derecha...

Tras una agotadora y maratoniana jornada de trabajo, decidí probar una camino alternativo para volver a casa. ¿Y si en vez de bajar la calle, me pregunté, la subo? Seguro que hay una calle a la derecha que me lleve a casa. El problema es que no sólo no la había, sino que para variar, todo en está ciudad está en lo alto de una escalinata. Por lo menos el esfuerzo fue recompensado con unas vistas espectaculares de la ciudad bajo la lluvia (y por otro tramo de escaleras para bajar).

lunes, 6 de octubre de 2008

Saudade

Tenía que pasar. Aunque llevo aquí casi un mes, y es el primer día que siento nostalgia de casa. Ha sido en la oficina. Toda la tarde intentando concentrarme en la guardería, en que tenemos una semana para rematar el concurso, pero sin conseguir apartar la desazón del que se siente lejos. Se me ha pasado a llegar a casa.
Como me espera una semana movidita, ahí van un par de cosas de urgencia, para los madrileños. Esta es la Semana de la Arquitectura, y aunque por motivos evidentes no puedo estar participando, me gustaría invitar a todo el mundo a acudir. Dentro del programa, mis amigos del Coro Xenakis
darán un concierto el miércoles en la Iglesia de san Manuel y san Benito. El horatio y demás detalles en el programa de festejos, que no son horas.

A mi en cambio me espera la semana de la arquitortura. Hay un par de artículos enla nevera a la espera de ser elaborados en condiciones (se me está pegando la jerga cocineril).

sábado, 4 de octubre de 2008

El mercado

Dado que mi compañero de piso es un cocinillas y un gourmet (un día tengo que ponerme a escribir sobre mis compañeros de piso y de trabajo), decidí aprovechar la mañana del sábado para ir al mercado central.

El mercado central es uno de los orgullos arquitectónicos de la ciudad. Por fuera no deja de ser un anodino edificio de principios del siglo XX (art-nouveau o su versión alemana, jugendstil, dicen las guías)
Sin embargo este exterior tan rancio (pinturas alegóricas y portadas de piedra incluidas), oculta un interior bastante moderno




Debe ser una de las primeras veces que se utilizó hormigón armado para una obra de este tipo, sino la primera. Corría el año 1910 (casi contemporaneo del matadero de Madrid), y su autor fue una arquitecto llamado Martin Elsässer, que tenía 27 años cuando ganó el concurso. Lo cual no deja de ser frustrante para alguién que a sus 29 no deja de ser un becario. Cuando llegue a los 31, la edad a la que Aalto ganó el concurso del Santorio de Paimio, seguiré con los mismos trabjos de mierda. O tempora, o mores...

Dicho lo cual, el mercado está algo alejado de la idea mediterránea de mercado. Es un lugar bastante populoso, pero orientado a un público eminentemente sibarita. De hecho, la planta superior está ocupada por un restaurante bastante pijo y unas cuantas tiendas de objetos de decoración y chorradas variadas y caras (y aquí habría que incluir, si la memoria no me falla, una peluquería).



La parte de abajo está ocupada casi en su totalidad por puestos de comida, en su mayor parte exótica. Esto quiere decir varios puestos italianos, un par de hungaros, alguno oriental, uno argentino, unos cuantos franceses y por supuesto



El Mercado Español, donde lo mismo te venden, a precio de oro, alubias de Astorga que botellas de tequila o tortillas de maíz. Luego diremos de los USAMericanos...

Por supuesto que llegar sin referencias a un lugar así tiene un peligro. Me he pasado media mañana dando vueltas y sacando fotos antes de decidirme a comprar. Al final me he parado un momento a sopesar si el precio de los canónigos era o no abusivo. En ese momento una dependiento modelo Alemana Rubia Despanpanante se ha dirigido a mi. Encantado de poder practicar un poco de alemán he acabado por realizar la mayor parte de la compra allí. Dos horas y una visita al supermercado después, mi compañero de piso ha visto uno de los paquetes.

-¿Has comprado las verduras aquí?
-Sí.
-Es uno de los sitios más caros del mercado. Doblando la esquina por el pasillo, hay un puesto bastante más barato.

jueves, 2 de octubre de 2008

El kitsch como voluntad y representación

Durante dos semanas he tenido que pasar a diario por delante de esto:


Que, a parte de ser el regalo perfecto para una parejita, es lo más espantoso que he visto en mi vida. Lo más preocupante es que desde hace unos días no está en el escaparate. Hay alguien capaz de tener eso en el salón de su casa. Peor, hay alguien capaz de comprar ESO.

Dios, tengo miedo.

En el super

Después de cansarme del Lidl de al lado de la oficina, decido probar fortuna en otro super delo barrio. Enorme, con pescadería, carnicería y tienda de quesos. Tenían bastantes cosas familiares y exóticas en los supermercados de este lado del mundo: manchego, magdalenas, y he tenido que contenerme para no comprar un botella de Marqués de Riscal. Después de un buen rato vagando sin rumbo y pensando seriamente qué comprar, me pongo en la cola. Detrás de un carrito. No deja de parecerme curioso que alguién deje el carrito y siga haciendo la compra; costumbre locales, pienso. De pronto, me adelanta una chica señalando el carrito y haciendome gestos. La sigo y veo que el carrito tiene un cartel. Impreso. Y pone

PRODUCTOS REBAJADOS

miércoles, 1 de octubre de 2008

La paradoja de Tristram Shandy

Tristram Shandy es una de mis novelas favoritas. Es la historia de alguien empeñado en contar su vida, del modo más meticuloso posible. Empieza por el momento de su concepción, y a partir de ahí empieza a tomar todos los desvios posibles. Poco a poco el lector comprende que el propósito de Tristram es imposible, pues a medida que avanza la escritura, esta no puede seguir el ritmo de lo vivido. Siempre habrá un desfase, cada vez mayor.

Visto el extraño proceso de actualizacion de este blog, por momentos me veia igual que Tristram, con una brecha cada vez mayor entre lo escrito y lo vivido. Así que creo que, una vez cerrado el proceso de búsqueda de vivienda, puedo centrarme más en el día a día. A fin de cuentas esto no deja de ser un diario, y aunque haya mucho que contar, no deja de ser extenuante sentarse al teclado para intentar recordar cosas que han pasado hace más de una semana. Así que empezaré a centrarme en las batallitas cotidianas, y escribir algún artículo de arquitectura (que he ido posponiendo ante la cantidad de cosas que había que contar).

Buscando piso (VI)

Nuestro héroe llega a casa desesperado y algo trompa después de haber comido un pescado infame regado con una cerveza. Se echa un rato en su colchón, intentando despejarse y buscar consuelo. De repente suena el teléfono: número desconocido.

-¿Pablo? Soy A. ¿Te acuerdas de mi?
-¿EL italiano que se iba a Madrid?
-El mismo. ¿Sigues buscando piso?
-Sí.
-Pues ya tienes uno. Quedamos el lunes y firmamos el contrato.

Por fin, coño. Por fin.

Buscando piso (V)

Poner que eres arquitecto en un correo en el que buscas habitación puede tener efectos contraproducentes. He estado con dos arquitectos, y me ha llegado un correo de un diseñador gráfico. El lugar, al sur de la ciudad, en una calle principal; la cita, el sábado a mediodía.

Llego al lugar. La puerta está abierta, pero llamo al telefonillo. Al no obtener respuesta, más allá de un calvo que se asoma al portal, intento buscar la casa por mi cuenta. Subo los cuatro pisos sin encontrar el nombre en ninguna puerta, y mientras me llaman al móvil. Bajo mosqueado y pregunto al calvo. Efectivamente era. Entonces comprendo todo el trasiego de gente por la planta baja. El piso es el bajo, y eso es una especie de casting con todos los interesados. Paso varios minutos vagando por las habitaciones, rodeado de gente más joven que yo (me siento viejuno, ¡ays!). El piso está sin amueblar, tiene la ducha en la cocina, es un bajo y me doy cuenta de que no me gusta. Pero no sé como irme (mejor dicho, no soy capaz de irme sin despedirme) y estoy bastante desesperado por encontrar piso, así que decido quedarme hasta el final del proceso. Los que se han quedado se reunen en lo que parece ser el salón (al menos hay sofás) y empiezan a presentarse. Una chica tiene que abandonar la sala, si no he entnedido mal, por ser demasiado mayor. Cuando me toca el turno, hablo en inglés, oculto mi edad (por las dudas) y digo que mi estancia será de seis meses. En cuanto acabo, el calvo me pide que le acompañe.

-Siento decirte esto, pero no quiero a gente que vaya a estar por poco tiempo. No me apetece volver a montar todo este tinglado dentro de seis. Ya sé que es complicado encontrar piso en esta ciudad. Buena suerte.

Vuelvo andando al centro de la ciudad. Estoy harto, harto.

Achtung!

Interrumpimos la errática, caótica y delirante línea temporal de este blog para comunicar una noticia de alcance:

Hoy he conseguido hacerme entender en alemán en la oficina de correos.

Hala, eso es todo. Podemos volver a hablar de las semanas anteriores.

martes, 30 de septiembre de 2008

Buscando piso (IV)

Vía internet consigo ponerme en contacto con un italiano. El piso está al lado del trabajo, a diez minutos a pie.

La habitación es enorme, decorada con gusto, y el italiano resulta ser un arquitecto que va a irse seis meses a Madrid a reunirse con su novia. A ver si con un poco de suerte le caigo simpático...

El mito de las oficinas alemanas (II)

(Comiendo con mi jefe, tras visitar el solar de mi proyecto)

-¿Y cuándo me dijiste que tenías las clases de alemán).

-Oh, los fines de semana, sábado por la mañana.

-Vaya. Deberían haberte avisado de que a veces hay que trabajar los fines de semana. No es algo habitual, y nadie nos gusta, pero a veces hay que hacerlo.

¿Que en las oficinas alemanas no se hacía qué?

Buscando piso (III)

Gracias a mi amiga colombiana consigo una cita en un piso en el sur. Aparentemente con una chica. Tras un par de llamadas para poder confirmar la dirección (una de ellas ¡a Grecia!), me dirijo al piso tras salir de la oficina.

Casa antigua, sin ascensor (algo habitual en el centro). Me reciben dos chicas y al entrar no puedo evitar reparar en una maqueta. Arquitectas, una de ellas se va seis meses a Berlín (ah, Berlín). La casa está algo desordenada (normal en medio de una mudanza) y cuenta con un elemento típicamente alemán: la ducha está en la cocina.

No sé, no sé.

El mito de las oficinas alemanas

(Hubiera preferido una fotografía de James Cagney con Hans Lothar, el impagable Schlemmer, pero es lo que hay).

Hay un mito en España, el mito de las oficinas alemanas. Acostumbrados a aguantar jefes veteranos, acostumbrados a sacrificarse por su trabajar y a valorar por encima de todo la presencia en la oficina, aunque sea perdiendo el tiempo, y cuantas más horas mejor. Y por supuesto con unos sueldos de mierda.

La leyenda cuenta que en Alemania la gente sale a su hora, y quedarse está mal visto socialmente, los horarios son razonables (incluso hay jornada intensiva, ¡intensiva!), los pajaritos cantan, las nubes se levantan.

Queridos todos, eso puede ser cierto en las fabricas, en los bancos, pero los despachos de arquitecturas son iguales en todas partes. Aquí la gente de Arquitectos Explotados no tendría por donde empezar.

Y sí, trabajo más horas que en Madrid. Y por menos dinero. Y sí, alguna vez (pocas) me he preguntado que hago aquí

lunes, 29 de septiembre de 2008

Suabo

Mientras espero en la parada, un borracho se dirije a mi. Soy incapaz de entender lo que dice.

-Disculpe, soy extranjero. ¿Podría repetirlo?
-Esto es suabo, suabo.

Por si fuera poco problema el idioma, encima tengo que intentar comprender a alguien borracho que me habla en el enrevesado dialecto local. Afortunadamente el autobús no tarda en llegar y me lanzo de cabeza.

Buscando piso (II)

Desde Madrid había conseguido contactar con un francés que alquila habitaciones en un ambiente internacional y angloparlante. Tras llamar a uno de los números del correo que me envió, consigo una cita el domingo por la tarde.

La casa está en Gablenberg, en el extremo oriental de la ciudad. Parece un paseo agradable, al menos sobre el mapa, pero en realidad es casi una hora de escaleras y cuestas. Llego pronto y decido callejear un poco. Domingo por la tarde, es decir, nadie por la calle. En una cerca hay un araña con un cuerpo pequeño y unas patas enormes. Es tan repulsivo que resulta hermoso.

Por fin entro y... No es que sea la persona más ordenada del mundo, pero la casa parecía la Franja de Gaza. Demasiada gente, restos de una fiesta, un tio durmiendo en medio del salón. La chica que me enseña la casa, francesa, se encuentra también un poco incomoda, Finalmente zanjo el asunto con una disculpa y me voy derecho al autobús.

Mierda. Había puesto muchas esperanzas en esa casa.

Buscando piso (I)

Buscar piso es como buscar trabajo. Hay que pasar horas escudriñando anuncios, buscar los más adecuados y sobrevivir al proceso de selección. Son horas echadas en el ciber, intentando buscar a gente que hable inglés para llamarla por teléfono.

Por suerte he conocido a una estudiante de arquitectura colombiana (amiga de la hija de unos amigos de mis padres) que me ha ayudado bastant een un proceso que puede llegar a ser desesperante.

Y a todo esto...

¿Por qué seguir desgranado lentamente los últimos quince días, en vez de despacharlos en un sólo post como todo el mundo?

Planes de batalla...(II)

Tengo poco menos de una mañana para resolver todos mis asuntos. Tras visitar la oficina, me lanzó a visitar la ciudad y a resolver papeleos. En una mañana de vértigo (tampoco mucho, no exageremos) tengo que abrir una cuenta bancaria, ir al registro civil, conseguir un curso de alemán (aprovecho para tomarme un café con un ingeniero genético sevillano que también quería matricularse) y conseguir un móvil alemán. Con el curso de alemán pendiente de pago, me dirijo a casa a por dinero. Pero no hay nadie, y no tengo llaves. Así que media vuelta y a seguir pateando.

A media tarde, completamente destrozado, me dirijo a la Biblioteca Municipal (por cierto, una de las restauraciones más elegantes y radicales que conozco) y paso una hora leyendo el periódico.

Necesito descansar...

La oficina

Para ser un estudio pequeño, el local que ocupa es realmente grande. Una antigua nave industrial, con una preciosa y elegante estructura de hormigón armado, completamente diáfana, salvo por un pequeño taller para la confección de maquetas. Por todas partes hay paneles de antiguos concursos, maquetas de proyectos, y una pequeña biblioteca (no muy bien surtida, todo sea dicho). Hay una máquina para preparar expresos (el juguete favorito de mi jefe), pero no microondas, lo que quiere decir que es mejor comer fuera. Este es lugar en el que pasaré los próximos seis meses.

domingo, 28 de septiembre de 2008

Escaleras


Suttgart es un valle, con el centro de la ciudad en la parte más baja, extendiéndose hacia las colinas vecinas. Eso ha dado a la ciudad una de sus caracteracterísticas mas celebres. Una caracterísitica que como turista puede parecer pintoresca, pero que como residente puede llegar a ser una pesadilla: las escaleras.

Desde la casa hasta la estación de metro hay doscientos peldaños. Por la mañana, cuando hay que ir para abajo, se hace tolerable. El problema es por la tarde, cuando vuelves de una dura jornada en la oficina...


La casa

La casa, ya lo he dicho, es una ruina.

La casa pertenece a mi jefe, que la ha comprado para construirse la suya. Tiene un jardín con manzanos y una casita de invitados, cerrada. Por dentro apenás hay muebles. El baño no tiene espejo, en el salón apenás hay una mesa, un par de bancos y una silla de oficina. La cocina es un viejo artefacto eléctrico (las cocinas de gas, ruso, son casi tan exóticas como las vitrocerámicas en este país), la caldera está antigua, duermo en el suelo.

Pero la casa también tiene unas vistas espectaculares:

Primer contacto

Al final se acabaron todas al dudas y la incertidumbre. Tras un café en la Terminal 2 de Barajas, toca despedirse de tu familia, de la que como mucho has estado separado 15 días. En algún momento toca romper el cordón, y ese momento es ahora. Pero sé que lo van a pasar mal, sobre todo ella. Todavía intercambiamos miradas mientras cruzaba la aduana, y estuve un rato viendo como abandonaban la sala. La suerte estaba echada.

Copenhague, mi escala obligada, tiene uno de los aeropuertos más elegantes del mundo, con ese refinado tratamiento de la luz del que sólo son capaces los escandinavos. Por desgracia el aeropuerto es tan caro como la ciudad que tiene a su espalda.

El segundo vuelo fue un tanto extraño, en un avión realmente pequeño, rodeado de alemanes y escandinavos, y deseando llegar. Tantas horas de viaje pueden llegar a ser exasperantes. Y sí, ya sé que he sobrevivido a vuelos transatlánticos.

Me hubiera gustado visitar el aeropuerto de Stuttgart, pero hacerlo cargando con el portátil, la mochila de la cámara y dos maletas es imposible. Además se me hacía tarde, así que fui directo a la estación de Metro, y directo a la Estación Central. Puesto que el tren realiza buena parte del recorrido en superficie, empece a reconocer el paisaje que me va acoger durante seis meses, ese paisaje de colinas y viñedos.

Una vez en la Estación, me dirigí a tomar un taxi. Primer problema con el idioma. Me acerco al taxista, turco, y con mi mejor alemán le digo

-Hasenbersteige 36, bitte.

Definitivamente mi mejor alemán no es precisamente el mejor de los alemanes posibles. Tras varios intentos infructuosos, acabo por entregarle al taxista el papel en el que llevaba anotada la dirección. Tras perderse un par de veces, me deja en una coqueta calle llena de antiguas casas unifamiliares. Ante mi un pequeño garage y un sendero en el que tres placas anuncian los números 34, 34a y 36. Seguro de que el número más alto estará abajo del todo, inicio el descenso de una escalinata. Dos casas, ninguna sin número, ningún nombre que parezca brasileño en el buzón. Llamo a una puerta. Un tipo alto, rubio, y que definitivamente no es brasileño, me abre.

Esto es el 34. El 36 es una pequña puerta subiendo la escalera, a la derecha.

Así que vuelvo a subir la escalera (con todo el equipaje), y encuentro una pequeña puerta destartatalada, que conduce a un sendero con más peldaños que definitivamente me llevan a otra puerta con una campanilla. Todo esto a oscuras, y cargando con todos los bártulos.

Tras un rato aparece el brasileño. Que por cierto, también es mi compañero de trabajo. El problema es que vive con su novia. Son la pareja feliz, con su mundo casi perfecto (aunque la casa sea una ruina). Cojonudo. Mi peor pesadilla, aguantar a una parejita de enamorados.

Y por fin consigo ver la habitación. Está junto a la cocina, en el semisótano. Y tiene sólo un colchón sobre cartones. Y una silla. Tengo quince días para salir de aquí...

Y ahora si empezamos.

Los rumores sobre mi muerte han sido exagerados. He tenido que sobrevivir 15 días sin una conexión decente a internet (la del curro y poco más). Pero a aprtir de ahora vamos a poder actualizar esto con regularidad. De hecho, me parece que me voy a pasar el resto de la tarde poneindo esto en orden, con demasiadas actualizaciones para que la mente humana pueda digerirlas.

martes, 9 de septiembre de 2008

Planes de batalla...

Desde fuera todo parece más sencillo.

Varias veces había fantaseado con irme. La vez que más cerca estuve, cuando hace un par de años me ofrecieron una beca para Rotterdam. Como en ningún caso cuajó, no tuve que afrontar todas los problemas que aparecen a la hora de emigrar.

El primero logicamente es el idioma. Aunque estudié alemán, hace mucho tiempo que no lo practico. Poco a poco, leyendo anuncios de habitaciones, voy recuperando los conocimientos.

La soledad, el hecho de no conocer ha nadie sería el segundo problema. Me preocupa menos, porque ya he sobrevivido a largas temporadas de soledad, durante la adolescencia. Pero no deja de angustiarme la posibilidad de pasar varios días en tierra extraña, sin conocer a nadie y sin nada que hacer aparte de buscar piso.

La búsqueda de piso es el gran problema. Los alemanes suelen ser muy estrictos con los procesos de selección (o al menos esa es la fama), y en la mayoría de habitaciones hay que llamar por telefono, lo cual con mi nivel de alemán puede ser complicado. En principio tenía una habitación en un piso con un brasileño, pero, a dos días del viaje, me entero de que no está amueblada. Así, que, o duermo en un saco 15 días, o me voy una semana a un albergue. En todo caso tendré que buscarme pronto un lugar más estable para instalarme.

En fin, todo dudas.

Sobreviviremos

(¿Sobreviviremos?)

domingo, 7 de septiembre de 2008

Objetivos claros

-¿Y cuáles son tus planes en Stuttgart?

-Sobrevivir.

Repetido anoche tres veces (como san Pedro).

jueves, 4 de septiembre de 2008

Me acuerdo...

(Algunos recuerdos deslavazados de una visita hace años ha a Stuttgart)

Me acuerdo de la Königstrasse. Me acuerdo de la arcada de la Schlossplatz. Me acuerdo de una exposición de arquitectura en un edificio al lado del Landtag. Me acuerdo de un aparcamiento junto al río. Me acuerdo de la "cosa" de Stirling. Me acuerdo de cómo los viñedos llegaban casi hasta el centro, como patinando ordenadamente entre las colinas.

Pero me cuesta recordar el alemán. Y sólo queda una semana.

A modo de introducción

-Siempre he tenido la necesidad de irme,-la dije-, pero ultimamente me siento agusto en Madrid. Además, te tengo a ti.

Tres horas después lo dejamos. Tres dias después me ofrecieron la beca.