jueves, 5 de marzo de 2009

Diario de campaña


Un mes antes de la entrega:

-Esta propuesta es pueril, ridícula, de alumno de segundo de carrera. Esto es el este de Alemania, no Nueva York. ¿Has estado alguna vez en el este? No quiero volver a ver esa máqueta.

Una semana antes de la entrega (y tras tres semanas en las que tus compañeros han trabajado en una veintena de versiones distintas del proyecto):

-¿Dónde está la primera maqueta que me enseñaste? Traémela. La primera maqueta se salvó por poco de acabar en la basura. Recuperas los pedazos que quedan en el taller y al reconstruyes como puede. ¿Qué quereis que os diga? Me parece más seductora esta primera idea que todo loo demás que hay encima de la mesa. Te sientes reivindicado tras el chorreo de la primera reunión, pero a la vez te das cuenta que el resto del equipo no está tan satisfecho. Los siguientes días tratais de sacar adelante la propuesta. Uno de tus compañeros se sienta con mala cara en una esquina del taller y se niega a hacer nada. A ti también te empieza a dar todo igual; no dejas de ver frivolidad y falta de rigor por todas partes. Todo es aleatorio. En la reunión en la que se decide la distribución final del proyecto te quedas en una esquina, como un observador, e incluso te dai igual que tu jefe te lo recrimine. Al día siguiente, viernes, te saltas la clase de alemán y pasas unas 15 horas en la oficina. El sábado consigues asisitir a clase de alemán, malcomes a las 4, aunque tus compañeros insisten en que no hay tiempo ni para eso, te das cuenta de que vas olvidando el oficio, que eres incapaz de levantarte a mirar unas referencias, que te vuelve a caer una bronca y que en el fondo es un trabajo que al final no va servir nada. En el fondo te importa un pito. Sales de la oficina a las 10 y media de la noche.
El domingo decides desayunar fuerte por si acaso tus compañeros deciden que pueden vivir sin comer. En la calle es el primer día de primavera, y el sol brilla con una intensidad olvidada. El jefe se pasa un momento a mediodía y se marcha. A las 9 de la noche llega un compañero con unas hamburguesas, toda la comida del día. A las 3 de la madrugada decides que es mejor dormir algo e ir al día siguiente reciende duchado y despejado.
El lunes por la mañana descubres que hay dos estudiantes nuevos, y que uno de ellos es ella y tiene una sonrisa preciosa. Para no asustarlos hacemos pausa para el almuerzo, pero no para la cena. Acabas abandonando la oficina a las 4 de la mañana, consciente de que lo peor está por llegar.
A partir del martes toda la oficina está movilizada con el concurso.Consigues salir a almorzar a eso de las 5, y a partir de ahi sabes que no habrá descanso. A las 8 uno de los compañeros trae cerveza. A las 9 otro plátanos (les informas de que eres alérgico, y que esa fruta puede resultarte mortal; pides que te dejen uno a mano por si acaso, pero no hay manera; vivo resultas más útil); intentas refugiarte en la música hasta que se acaba la batería del mp3; rebuscas en la despensa para ver si hay algo comestible que no sean manzanas; dudas entre tomarte un cafe y contribuir a empeorar tu estado de nervios, o una tila y caer definitivamente dormido; a las 7 y media uno de tus compañeros decide amenizar la velada con un tecno rock machacón que no ayuda demasiado a mantener la calma; a las 7 y 50 empiezas a no distinguir bien los comandos en el ordenador; a las 7 y 55 discutes con un compañero; a las 8 aparece ella con un paquete con bretzels para que desayunemos, sin dejar de sonreir en un momento; a las 11 terminas el trabjo por el que habías discutido; a las 12 empiezas a sentir un cansacio bastante acusado; a las 12 y media te das cuenta de que no es cansancio, es jet-lag; a las 12 y 45 le confiesas a ella que tienes la sensación de que el tiempo no avanza; a la 13 y 15 se acerca a preguntar algo y te fijas en sus tetas; a las 13 y 16 te das cuentas de te estás fijando en los pechos de una persona que lleva 4 jerseys, incluyendo uno de cuello vuelto; a las 13 y 30 te levantas un momento al baño y al pasar a su lado te planteas agarrarla de la cintura; a las 13 y 45 eres consciente de que la habrás olvidado nada más despegar del aeropuerto: a las 13 y 50 eres consciente de que la habrás olvidado el jueves por la mañana; a las 14 en punto pierdes definitivamente la noción del tiempo; a las 14 y 30 empiezas a organizar las carpetas en el ordenador; a las 15 y 15 realizas las últimas correcciones de tu trabajo; a las 17 y 40 está todo listo para imprimir; a las 18 y 15 el jefe se va; a las 18 y 30 llega el mensajero y para entonces ya sois conscientes de que el trazador se niega a imprimir planos de 180 cm de altura; a las 19 y 15 alguien te hace notar que no estás en la lista de colaboradores del proyecto. Sales un momento cabrado a tomar el aire. Llamas por teléfono a una amiga para desahogarte, se lo cuentas a un compañero, se lo cuentas a ella; Sientes que no solol eres la puta que pone la cama, sino que además pagas la cena, los condones, el cigarrillo de después y el desayuno. A las 20 y 30 el mensajero se marcha, aburrido; a las 21 en punto comenzais a considerar la alternativa de imprimir fuera y mandar a alguien en tren; a las 21 y media decidís mirar si es problema del trazador; a las 22 y 15 decidís pedir algo para cenar (a cuenta de la empresa, afortunadamente); a las 23 en punto empiezan a rehacer la presentación; a las 23 y 50 decides que no tienes nada que hacer en la oficina. Cuando cinco minutos más tarde llegas a casa, lo primero que tus compañeros preguntan es:

-¿Estás vivo?

Dos días después te enteras de que el resto del equipo aguantó ese día hasta las 5 de la mañana, sin protestar (porque a fin de cuentas, para ellos esto es un trabajo 24/7 etcétera), y que uno de ellos incluso tuvo que viajar hasta el lejano este para entregar los planos. Una semana después, con la maqueta terminada (esta vez a tiempo) el jefe dice, como quien no quiere la cosa:

-Al final la maqueta ha quedado bien y nos da posiblidades, pero creo que para la próxima vez deberíamos organizarnos mejor y tomarnoslo en serio para ganr no por azar, sino porque lo merecemos.

Entonces, y sólo entonces, todo el equipo actuais por primera como un equipo mientras le deidcais la mirada más asesina de todo vuestro repertorio.

martes, 24 de febrero de 2009

Sueño

Sabíamos que estaban entre nosotros. Era oficial. Tenía que haberme dado cuenta cuando me abordó en aquel bar en Chamberí. No podía desperdiciar la ocasión: rubia, sofisticada. Pero tenía que haberme dado cuenta. Tal vez por su manera de susurrarme al oido, tal vez por cómo me acariciaba el cuello. Pero sólo en el momento justo comprendí que para ella no era un polvo fácil; era la cena.

Conseguí separarme de ella y eché a correr, pero no era tan fácil darla esquinazo. Daba igual la dirección que tomara, siempre estaba allí. Y disfrutaba de aquella cacería. No sé como conseguí tumbarla y seguí corriendo, con los pulmones congelados, incpaz de mirar atrás, doblando esquinas con la esperanza de despistarla. Durante un buen rato me oculté tras unos cubos de basura. No aparecía. Por si acaso decidí buscar refugio en una casa. El portero, que a esas horas estaba despierto y de uniforme (entiéndanme, no hablo de un portero con librea bordada y gorra de plato, sino de esa peculiar combinación de jersey azul marino y corbata que parece el uniforme de muchos porteros en Madrid) escucho mi historia y se ofreció a darme asilo. Subimos a un apartamento, una extraña combinación de pensión y bambalinas de un circo. Llamó a una de las puertas.

-Señora, aquí hay alguien que la está esperando.

No necesité oir más. Me lancé escaleras abajo, devorando casi literalmente los peldaños de madera.

Y entonces desperté. Con escozor en el cuello.

domingo, 22 de febrero de 2009

Cronicas parisinas (II): Aeropuertos

Recuerdo un reportaje en el dominical de El País, allá por 1997, sobre los nuevos aeropuertos. Con la profundidad propia del medio, mostraba fotografías de algunos nuevos aeropuertos: Stansted, Bilbao (ejem). Recuerdo una fotografía del aeropuerto de Stuttgart. Recuerdo haber quedado impresionado por una fotografía del aeropuerto de Stuttgart. Y reconozco que ahora veo que lo que hace diez años me impresionaba ahora me parece una ridícula exhibición vigoréxica de estructura, un gasto absurdo de acero. Máxime cuando el aeropuerto es pequeño.

Recuerdo también como en el primer viaje tenía la intención de escribir un breve texto sobre el aeropuerto de Stuttgart y sobre el de Copenhague, pero eso era septiembre. Hoy es febrero, y afuera sigue nevando, aunque la señora de edad indefinible (el maquillaje es lo que tiene) y sandalias de tacón parece no haberse enterado; el avión sí, y mientras embarcamos se puede oir como rascan el hielo de las alas. No es el sonido más reconfortante para despegar en medio de una tormenta de nieve. De hecho el avión despega con media hora de retraso. Para entonces ya he terminado el crucigrama de El País, me he terminado el periódico y he conseguido dormir lo que me ha dejado el niño del asiento de al lado. Tras dos horas de aguantarlo y pensar en Herodes, hemos llegado al Charles de Gaulle.

Si el aeropuerto de Stuttgart es pequeño, casi coqueto, el Charles de Gaulle es monstruoso, caótico, desmesurado. Me hubiera gustado aterrizar en Orly, si quiera por ver si son reales esas estrafalarias escaleras mecánicas que se veían el El Amigo Americano. Pero en el Charles de Gaulle no hay nada atractivo, sólo la habitual impersonalidad de los aerpopuertos, las mismas tiendas, aunque la mercancía sea distinta. Tras media hora de vagar entre los vestíbulos, alcanzo el metro. Tras otra media hora de pelearme con la máquina de los billetes me subo al tren. Tras media hora de viaje alcanzo la Gare de l'Est.

Cronicas parisinas (I)

(Con una semana de retraso empezamos, pero este blog es así, y además ha sido una semana bastante mala, para que engañarnos).

Hacía tan buen tiempo al otro lado del Rin... Habré repetido estas palabras un par de veces en la última semana. Porque estamos soportando un largo invierno alemán, con sus cielos de plomo y sus restos de nieve en la acera. Algún día sale el Sol, pero por poco tiempo, lo justo para engañar a los extranjeros con la promesa de un tiempo mejor.

La madrugada que partí hacia París nevaba. Siempre he preferido la nieve a la lluvia para pasear. La lluvia es agresiva, golpea, cala, forma una cortina incómoda de atravesar. La nieve es más gentil; cae casi sin darse importancia, apenas se detiene unos segundos sobre la tela del abrigo antes de desaparecer sin dejar rastro, o simplemente se acumula sobre la ropa. En todo caso era una nevada fuerte, como unos velos de encaje cayendo sobre la ciudad, dejando una fina capa de 5, 10, 15 centímetros...

Bajo la nieve esperé al primer tren del día, casi vacio. Bajo la nieve, 20 minutos más tarde, esperé al siguiente en Vahiningen. Todos los que ibamos al aeropuerto habíamos tomado la misma ruta. Así que en el segundo tren se mezclaban los que volvían con los que se iban. En uno de los asientos un grupo de adolescentes alborotadas alborotaban al resto del vagón. Un hombre, apariencia de hippie trasnochado, las miraba con aire de desprecio. Las chicas se levantaban, se sentaban, se mojaban con un spray. Afuera la nieve seguía cayendo pacientemente. Cinco paradas antes del aeropuerto el hombre se bajo. Dos paradas antes la pandilla de adolescentes se levanto, tambaleantes, camino de la salida. Pasaron lo suficientemente cerca como para apreciar el exceso de maquillaje estropeando la piel fresca. Fuéronse y no hubo nada.

Bueno, sí. Tranquilidad.

jueves, 19 de febrero de 2009

Ética de trabajo

-Esta es una profesión 24/7

(Uno de mis compañeros estudiantes, demostrando que todavía hay quien se cree la mística de la profesión. En fin)

Los efectos de la crisis

(Conversación con mi jefe, a la hora del almuerzo)

-No si sabrás que este estudio está al borde de la bancarrota.

-Sí

-¿Sí? ¿Quién te lo ha dicho?

-Me he dado cuenta.

-Una lección dura que hay que aprender para convertirse en arquitecto.

P.D.: Cuanto la plantilla del estudio se ha reducido a la mitad, y de esa mitad la mitad son estudiantes, un polaco que sale gratis y un servidor, y solo se trabaja en concursos (que perdemos sistematicamente) y en la casa del jefe, lo raro es que no nos hayamos ido a pique antes. Y para darse cuenta de eso no hace falta ser Hegel.

Disclaimer

Llevo una temporada en la que parece que todo se rompe a mi alrededor. Se ha roto mi interés por la arquitectura, se ha roto mi interés por esta ciudad (no se ha roto mi interés por la cocina). Y un buen día llega la noticia que destroza del todo. No quiero convertir una pena privada en un luto público; los que están al corriente saben de lo que hablo, y los que no ya tienen información de sobra. En todo caso se hace raro intentar mantener el tono levemente frívolo de este rinconcito cuando una de las personas que más aprecio ha tenido una perdida tan grande que todas las palabras no valen para nada, que ni siquiera mi torpe prosa puede servir de consuelo.

Y ahora, prosigamos.