Hace unos meses, paseando por el mercado de San Telmo, encontré en una almoneda una cinta de la gorra de uno de los marineros del Graf Spee. El Graf Spee era un barco corsario que durante los primeros meses de la Segunda Guerra Mundial sembró el terror entre los mercantes británicos que se navegaban por el Atlántico Sur. Tras ser descubierto, se inició una cacería que acabó con el barco seriamente dañado y refugiado en Montevideo. Incapaz de entablar batalla, el capitán decidió evacuar el barco y hundirlo en aguas internacionales (dos días después se pegó un tiro en su hotel de Buenos Aires, pero esa es otra historia). El caso es que estos días he tenido ocasión de darle vueltas a esta historia.
Llevabamos varias semanas en mi caso, y más de un año en el de toda la oficina, trabajando en la tienda de una firma de ropa y complementos con mucho glamú situada en una gran capital europea. El típico proyecto que mantiene el estudio a flote. El caso es que el viernes a última hora el jefe nos convoca a una reunión a última hora. Y nos informa de que el superjefazo de la firma de ropa y complementos con mucho glamú, tiene un amigo arquitecto. Y que ese amigo ha perdido un par de proyectos en Asia. Y que para compensar, han decidido quitarnos el proyecto y dárselo a él. La primera reacción es de estupefacción. La segunda es darte cuenta de que estamos bien jodidos. Como el Graf Spee: en un puerto neutral, sin municiones y con media Royal Navy dispuesta a tocarte It´s a Long Way to Tipperary a cañonazos.
Y esta mañana se mascaba la tragedia. Y yo pensaba en ese capitán a punto de dar la orden de hundir su barco, con su uniforme de gala y sus condecoraciones. Pero mi jefe no vino de uniforme. Llegó, se sentó con la arquitecta más veterana, y mantuvo una larga reunión. Los demás, sin nada que hacer, fingíamos que trabajabamos. Es lo mejor que podemos hacer, me dijo la compañera griega, que había llevado el proyecto, para que la situación no parezca más rara.
Cuando volvimos del almuerzo comprobamos que no estaban en la oficina. Nada que hacer. Demasiado tiempo para pensar. En un momento dado la griega y yo nos sentamos en la mesa de la sala de reuniones.
-Mi contrato se acaba en enero y no sé que pasará entonces. El jefe tendrá que tomar decisiones respecto al personal. Por lo menos a ti no te puede echar. Tienes la beca.
-Bueno, no pueden echarme porque soy la pieza más barata.
A media tarde han vuelto. Y entonces hemos tenido el desayuno (casi el té con pastas) de trabajo. En ese momento ya habíamos agotado los bretzels con mantequilla que llevaban en la mesa desde las 9. Y ha repetido el discurso del viernes. Y nos ha pedido que busquemos concursos, ideas, lo que sea para mantener el estudio en funcionamiento. Y fuimosnos y no hubo nada.
Y de momento el barco sigue a flote.
Lo único que no falla nunca
Hace 11 años
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