(Que conste que está entrada debía haberse publicado hace un par de semanas, para coincidir con la semana de la Arquitrectura, pero entre circunstancias laborales y que estoy un poco perruzo, no he encontrado tiempo hasta hoy).
Una mañana de domingo decidí aprovechar el tiempo y darme una vuelta por el lugar que da nombre a este blog. La experiencia no se si situarla en el campo del turismo arquitectónico o en el de la arqueología. 75 años son muchos, y con esa perspectiva sabemos cuales fueron las fallos de la generación de los años 20, y hasta que punto sus propuestas quedaron desfasadas.
Por cierto, que el Weissenhof es ya una atracción turística, señalizada convenientemente en la estación de metro y en todos los folletos que reparte el Ayuntamiento.
Una mañana de domingo decidí aprovechar el tiempo y darme una vuelta por el lugar que da nombre a este blog. La experiencia no se si situarla en el campo del turismo arquitectónico o en el de la arqueología. 75 años son muchos, y con esa perspectiva sabemos cuales fueron las fallos de la generación de los años 20, y hasta que punto sus propuestas quedaron desfasadas.
Por cierto, que el Weissenhof es ya una atracción turística, señalizada convenientemente en la estación de metro y en todos los folletos que reparte el Ayuntamiento.
Lo primero que se encuentra uno, si rodea la Facultad de Bellas Artes, es el bloque de Mies van der Rohe. No es una de las obras más importantes de su autor, y está muy alejada de los experimentos vanguardistas que proponía en la misma época. Podíamos decir que su elegancia roza lo anodino, aunque sigue siendo mejor que bastantes de los bloques de viviendas que se construyen en la actualidad.
Enfrente se encuentran las pequeñas casas de Oud. Una propuesta bastante más arriesgada. La fachada trasera, la de los cuartos de servicio, es la que da a la calle. Y uno no puede evitar descubrirse ante la rotundidad de los volúmenes.
E incluso ante la tersura de la fachada del jardín
Pero el plato fuerte de la visita son las tres casas de Le Corbusier.
La pequeña es, junto al Pabellón de L´Esprit Nouveau en la Exposición de Artes Decorativas, la única versión construida de la casa Citrohan. Sigue habitada (y supongo que los propietarios deben estar bastante hartos de fisgones).
Las otras dos, una casa doble, han sido convertidas en museo.
La primera de las casas alberga una exposición bastante completa sobre el Weissenhof, su época y sus arquitectos. El montaje es impecable y bastante atractivo:
La visita a la casa concluye en la azotea (el viejo Corbu hubiera dicho el tejado jardín), y allí, mientras disfrutaba de las vistas, sonó el teléfono. Reunión en la oficina y vista abortada.
Así que la visita a la otra casa, impecablemente restaurada, tuve que hacerla a paso de carga. En todo caso, es la tercera vivienda de Le Corbusier que visito (y todas de este periodo), y todo me resulta familiar. Aunque no tenga la exhuberancia espacial de Villa Savoye.
Así que un último vistazo, y a sufrir a la oficina (que ademá la reunión duró 5 horas).
Por cierto, que a la vista de esta foto (y de la vecina casa de Victor Frank, pintada en color melocotón), podemos concluir que a pesar de lo que diga el título de este blog, el Weissenhof nunca fue completamente blanco.
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