domingo, 9 de noviembre de 2008

Cristales rotos


Hace unas semanas tuve que lidiar con mi la memoria histórica de mi país en un incidente un tanto desagradable. Hoy he podido comprobar como afrontan los alemanes su propio pasado.

Había visto el cartel hace un par de días. Un concierto en una iglesia al oeste de la ciudad. El programa: el Cuarteto para el fin de los tiempos de Olivier Messiaen, lo suficientemente atractivo como para animarme a ir.

Estaba en la iglesia a la hora señalada. Recogí el programa de mano, encontré asiento y me dispuse a esperar a que empezara la música. Me puse a leer el programa (aunque mi nivel de alemán me impide distinguir la etiqueta del champú de Berlin Alexanderplatz). Me llamó la atención que entre algunos de los movimientos del cuarteto se intercalaran textos leidos por dos chicas (estudiantes de la Academia para la Palabra Hablada, salvo que algún alama caritativa me encuentre una traducción adecuada para gesprochenes Wort). Llamativo, pero a la vista del interés de Messiaen por la sinestesia y ese tipo de cosas, no le dí más importancia. También leí que era un concierto conmemorativo del 9 de noviembre (y ahora me fijo, en ese mismo programa que reposa junto a mi mano izquierda, que venía la fecha completa, incluido el año, pero no adelantemos acontecimientos).

El concierto comenzó cuando dejaron de sonar las campanas. La música, ciertamente sublime. Es mi primer acercamiento a Messiaen, y me da que va ser el comienzo de una hermosa amistad. Los primeros textos leídos fueron poemas, aunque no pude entender demasiado su significado. Y después de un hermoso movimiento para clarinete solo, las dos recitadoras comenzaron con lo que el programa llamaba Biographischer Text. Y cuando comenzaron comprendí todo. Y recordé, y además lo había hablado la noche anterior con mi compañero de piso, que hoy se cumplen 70 años de la Kristallnacht, la noche los cristales rotos, y que ese concierto era un homenaje, un recuerdo, una expiación. Y sí, no entendí demasiado de lo que se leyó, pero de vez en cuando, a traves de esos textos, textos de testigos presenciales (incluida la carta que el escandalizado consul de Estados Unidos en Stuttgart envió a su embajador en Berlín) llegaban retazos del horror. Todo ello combinado con una música pensada para evocar el apocalipsis, y que fue escrita por alguién encerrado en un campo de prisioneros (que no de concentración). Aunque no deja de ser paradójico que en un país que todavía incluye en los contratos laborales y los papeles del Registro Civil el apartado Confesión, se acabe recordando el crimen cometido contra los judíos en una iglesia protestante y con música de un católico ferviente.

Cuando acabó el concierto, la violinista permaneció un rato de pie, esperando. Curiosamente, nadie atendió a su petición. Y durante un par de minutos la iglesia permaneció en silencio, no se si conmovida o simplemente esperando a que alguién rompiera a aplaudir. Es una escena extraña, especialmente para alguien que viene de un país con un público particularmente ruidoso y dado al aplauso (siempre he pensado que 4´33" en el Auditorio Nacional de Madrid debería anunciarse como Concierto para toses, carraspeos y murmullos). Y entonces, tras dos minutos incómodos tanto para el público, que no sabía como reaccionar, como para los músicos y recitadoras, que no sabían como reaccionar ante la falta de reacción, estalló la ovación. Duró otros dos minutos. Y eso fue todo.

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