domingo, 23 de noviembre de 2008

Listen, the snow is falling

En los últimos días, para preparar la navidad, los operarios del Ayuntamiento de Stuttgart han pintado los cielos de blanco. Este fin de semana han decidido hacer lo mismo con las aceras.


Para celebrarlo, en un raro momento de inspiración, he decidido subir hasta la colina que da nombre al land, Württemberg. Tomé nota de la dirección en mi guía, y tecleé el nombre en la web de la Empresa Municipal de Transportes de Stuttgart (en adelante, VVS). Anoté cuidadosamente las instrucciones y me pusé en camino.

Como sabía que el sitio estaba lejos, no me extrañó tener que ir hasta la vecina ciudad de Esslingen y allí tomar un autobús. El problema es que la supuesta parada del autobús estaba en medio de la nada. Me dió el tiempo justo de bajar, leer el cartel en la parada y volver a subir al bus. Y mientrás decidí hacer las cosas a la antigua usanza, esto es, usar un plano.

El autobús acababa en uno de los distritos de la periferia de Stuttgart, en la estación de tren. Desde allí no tenía más ir hasta la estación anterior y tomar un bus. Que tras un recorrido bastante tortuoso, me llevó hasta mi destino, el barrio de Rotenberg, un antiguo pueblo rodeado de viñedos.
Y en lo alto de la colina, la capilla funeraria del rey Guillermo y la reina Catalina.


La reina Catalina era hija del zar de Rusia. Falleció con apenas 30 años en 1819, y como muestra de amor eterno, su marido el rey Guillermo I decidió derribar el castillo de Württemberg y levantar un monumento en su memoria. Como el Taj Majal, vamos. El edificio es obra del italiano Giovanni Salucci, que, como tantos otros, se inspiró en la villa Rotonda de Palladio. Desgraciadamente, hoy estaba cerrada (aunque según el cartel de la entrada, no debería).


Aunque por supuesto, lo mejor del lugar son las vistas. Lástima que los habitantes del edificio no puedan disfrutarlas...

Por desgracia, cuando volví a la parada del autobús, descubrí que faltaban 20 minutos para que llegará el siguiente. Y Rotenburg tampoco tiene mucho más para ver. Una iglesia medio gótica, medio barroca, con su cúpula de cebolla, degraciadamente cerrada, y nada más. Así que resignado, me acurruqué en la marquesina a esperar. Bajo cero. Durante la bajada en el bus, me quedé medio dormido, y cuando desperté creí haberme pasado de parada. Afortunadamente, solo fue un error en la lectura del cartel del autobús (aunque un señor bastante amable me ayudó a indicarme donde tomar el tren de vuelta).

Cuando, tras pasar el resto de la tarde en la feria del libro, volví a casa, rompió a nevar con más intensidad. Incluso ha tenido que pasar el quitanieves dos veces, una por cada sentido de circulación, con una larga cola de coches detrás.


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