martes, 30 de septiembre de 2008

Buscando piso (IV)

Vía internet consigo ponerme en contacto con un italiano. El piso está al lado del trabajo, a diez minutos a pie.

La habitación es enorme, decorada con gusto, y el italiano resulta ser un arquitecto que va a irse seis meses a Madrid a reunirse con su novia. A ver si con un poco de suerte le caigo simpático...

El mito de las oficinas alemanas (II)

(Comiendo con mi jefe, tras visitar el solar de mi proyecto)

-¿Y cuándo me dijiste que tenías las clases de alemán).

-Oh, los fines de semana, sábado por la mañana.

-Vaya. Deberían haberte avisado de que a veces hay que trabajar los fines de semana. No es algo habitual, y nadie nos gusta, pero a veces hay que hacerlo.

¿Que en las oficinas alemanas no se hacía qué?

Buscando piso (III)

Gracias a mi amiga colombiana consigo una cita en un piso en el sur. Aparentemente con una chica. Tras un par de llamadas para poder confirmar la dirección (una de ellas ¡a Grecia!), me dirijo al piso tras salir de la oficina.

Casa antigua, sin ascensor (algo habitual en el centro). Me reciben dos chicas y al entrar no puedo evitar reparar en una maqueta. Arquitectas, una de ellas se va seis meses a Berlín (ah, Berlín). La casa está algo desordenada (normal en medio de una mudanza) y cuenta con un elemento típicamente alemán: la ducha está en la cocina.

No sé, no sé.

El mito de las oficinas alemanas

(Hubiera preferido una fotografía de James Cagney con Hans Lothar, el impagable Schlemmer, pero es lo que hay).

Hay un mito en España, el mito de las oficinas alemanas. Acostumbrados a aguantar jefes veteranos, acostumbrados a sacrificarse por su trabajar y a valorar por encima de todo la presencia en la oficina, aunque sea perdiendo el tiempo, y cuantas más horas mejor. Y por supuesto con unos sueldos de mierda.

La leyenda cuenta que en Alemania la gente sale a su hora, y quedarse está mal visto socialmente, los horarios son razonables (incluso hay jornada intensiva, ¡intensiva!), los pajaritos cantan, las nubes se levantan.

Queridos todos, eso puede ser cierto en las fabricas, en los bancos, pero los despachos de arquitecturas son iguales en todas partes. Aquí la gente de Arquitectos Explotados no tendría por donde empezar.

Y sí, trabajo más horas que en Madrid. Y por menos dinero. Y sí, alguna vez (pocas) me he preguntado que hago aquí

lunes, 29 de septiembre de 2008

Suabo

Mientras espero en la parada, un borracho se dirije a mi. Soy incapaz de entender lo que dice.

-Disculpe, soy extranjero. ¿Podría repetirlo?
-Esto es suabo, suabo.

Por si fuera poco problema el idioma, encima tengo que intentar comprender a alguien borracho que me habla en el enrevesado dialecto local. Afortunadamente el autobús no tarda en llegar y me lanzo de cabeza.

Buscando piso (II)

Desde Madrid había conseguido contactar con un francés que alquila habitaciones en un ambiente internacional y angloparlante. Tras llamar a uno de los números del correo que me envió, consigo una cita el domingo por la tarde.

La casa está en Gablenberg, en el extremo oriental de la ciudad. Parece un paseo agradable, al menos sobre el mapa, pero en realidad es casi una hora de escaleras y cuestas. Llego pronto y decido callejear un poco. Domingo por la tarde, es decir, nadie por la calle. En una cerca hay un araña con un cuerpo pequeño y unas patas enormes. Es tan repulsivo que resulta hermoso.

Por fin entro y... No es que sea la persona más ordenada del mundo, pero la casa parecía la Franja de Gaza. Demasiada gente, restos de una fiesta, un tio durmiendo en medio del salón. La chica que me enseña la casa, francesa, se encuentra también un poco incomoda, Finalmente zanjo el asunto con una disculpa y me voy derecho al autobús.

Mierda. Había puesto muchas esperanzas en esa casa.

Buscando piso (I)

Buscar piso es como buscar trabajo. Hay que pasar horas escudriñando anuncios, buscar los más adecuados y sobrevivir al proceso de selección. Son horas echadas en el ciber, intentando buscar a gente que hable inglés para llamarla por teléfono.

Por suerte he conocido a una estudiante de arquitectura colombiana (amiga de la hija de unos amigos de mis padres) que me ha ayudado bastant een un proceso que puede llegar a ser desesperante.

Y a todo esto...

¿Por qué seguir desgranado lentamente los últimos quince días, en vez de despacharlos en un sólo post como todo el mundo?

Planes de batalla...(II)

Tengo poco menos de una mañana para resolver todos mis asuntos. Tras visitar la oficina, me lanzó a visitar la ciudad y a resolver papeleos. En una mañana de vértigo (tampoco mucho, no exageremos) tengo que abrir una cuenta bancaria, ir al registro civil, conseguir un curso de alemán (aprovecho para tomarme un café con un ingeniero genético sevillano que también quería matricularse) y conseguir un móvil alemán. Con el curso de alemán pendiente de pago, me dirijo a casa a por dinero. Pero no hay nadie, y no tengo llaves. Así que media vuelta y a seguir pateando.

A media tarde, completamente destrozado, me dirijo a la Biblioteca Municipal (por cierto, una de las restauraciones más elegantes y radicales que conozco) y paso una hora leyendo el periódico.

Necesito descansar...

La oficina

Para ser un estudio pequeño, el local que ocupa es realmente grande. Una antigua nave industrial, con una preciosa y elegante estructura de hormigón armado, completamente diáfana, salvo por un pequeño taller para la confección de maquetas. Por todas partes hay paneles de antiguos concursos, maquetas de proyectos, y una pequeña biblioteca (no muy bien surtida, todo sea dicho). Hay una máquina para preparar expresos (el juguete favorito de mi jefe), pero no microondas, lo que quiere decir que es mejor comer fuera. Este es lugar en el que pasaré los próximos seis meses.

domingo, 28 de septiembre de 2008

Escaleras


Suttgart es un valle, con el centro de la ciudad en la parte más baja, extendiéndose hacia las colinas vecinas. Eso ha dado a la ciudad una de sus caracteracterísticas mas celebres. Una caracterísitica que como turista puede parecer pintoresca, pero que como residente puede llegar a ser una pesadilla: las escaleras.

Desde la casa hasta la estación de metro hay doscientos peldaños. Por la mañana, cuando hay que ir para abajo, se hace tolerable. El problema es por la tarde, cuando vuelves de una dura jornada en la oficina...


La casa

La casa, ya lo he dicho, es una ruina.

La casa pertenece a mi jefe, que la ha comprado para construirse la suya. Tiene un jardín con manzanos y una casita de invitados, cerrada. Por dentro apenás hay muebles. El baño no tiene espejo, en el salón apenás hay una mesa, un par de bancos y una silla de oficina. La cocina es un viejo artefacto eléctrico (las cocinas de gas, ruso, son casi tan exóticas como las vitrocerámicas en este país), la caldera está antigua, duermo en el suelo.

Pero la casa también tiene unas vistas espectaculares:

Primer contacto

Al final se acabaron todas al dudas y la incertidumbre. Tras un café en la Terminal 2 de Barajas, toca despedirse de tu familia, de la que como mucho has estado separado 15 días. En algún momento toca romper el cordón, y ese momento es ahora. Pero sé que lo van a pasar mal, sobre todo ella. Todavía intercambiamos miradas mientras cruzaba la aduana, y estuve un rato viendo como abandonaban la sala. La suerte estaba echada.

Copenhague, mi escala obligada, tiene uno de los aeropuertos más elegantes del mundo, con ese refinado tratamiento de la luz del que sólo son capaces los escandinavos. Por desgracia el aeropuerto es tan caro como la ciudad que tiene a su espalda.

El segundo vuelo fue un tanto extraño, en un avión realmente pequeño, rodeado de alemanes y escandinavos, y deseando llegar. Tantas horas de viaje pueden llegar a ser exasperantes. Y sí, ya sé que he sobrevivido a vuelos transatlánticos.

Me hubiera gustado visitar el aeropuerto de Stuttgart, pero hacerlo cargando con el portátil, la mochila de la cámara y dos maletas es imposible. Además se me hacía tarde, así que fui directo a la estación de Metro, y directo a la Estación Central. Puesto que el tren realiza buena parte del recorrido en superficie, empece a reconocer el paisaje que me va acoger durante seis meses, ese paisaje de colinas y viñedos.

Una vez en la Estación, me dirigí a tomar un taxi. Primer problema con el idioma. Me acerco al taxista, turco, y con mi mejor alemán le digo

-Hasenbersteige 36, bitte.

Definitivamente mi mejor alemán no es precisamente el mejor de los alemanes posibles. Tras varios intentos infructuosos, acabo por entregarle al taxista el papel en el que llevaba anotada la dirección. Tras perderse un par de veces, me deja en una coqueta calle llena de antiguas casas unifamiliares. Ante mi un pequeño garage y un sendero en el que tres placas anuncian los números 34, 34a y 36. Seguro de que el número más alto estará abajo del todo, inicio el descenso de una escalinata. Dos casas, ninguna sin número, ningún nombre que parezca brasileño en el buzón. Llamo a una puerta. Un tipo alto, rubio, y que definitivamente no es brasileño, me abre.

Esto es el 34. El 36 es una pequña puerta subiendo la escalera, a la derecha.

Así que vuelvo a subir la escalera (con todo el equipaje), y encuentro una pequeña puerta destartatalada, que conduce a un sendero con más peldaños que definitivamente me llevan a otra puerta con una campanilla. Todo esto a oscuras, y cargando con todos los bártulos.

Tras un rato aparece el brasileño. Que por cierto, también es mi compañero de trabajo. El problema es que vive con su novia. Son la pareja feliz, con su mundo casi perfecto (aunque la casa sea una ruina). Cojonudo. Mi peor pesadilla, aguantar a una parejita de enamorados.

Y por fin consigo ver la habitación. Está junto a la cocina, en el semisótano. Y tiene sólo un colchón sobre cartones. Y una silla. Tengo quince días para salir de aquí...

Y ahora si empezamos.

Los rumores sobre mi muerte han sido exagerados. He tenido que sobrevivir 15 días sin una conexión decente a internet (la del curro y poco más). Pero a aprtir de ahora vamos a poder actualizar esto con regularidad. De hecho, me parece que me voy a pasar el resto de la tarde poneindo esto en orden, con demasiadas actualizaciones para que la mente humana pueda digerirlas.

martes, 9 de septiembre de 2008

Planes de batalla...

Desde fuera todo parece más sencillo.

Varias veces había fantaseado con irme. La vez que más cerca estuve, cuando hace un par de años me ofrecieron una beca para Rotterdam. Como en ningún caso cuajó, no tuve que afrontar todas los problemas que aparecen a la hora de emigrar.

El primero logicamente es el idioma. Aunque estudié alemán, hace mucho tiempo que no lo practico. Poco a poco, leyendo anuncios de habitaciones, voy recuperando los conocimientos.

La soledad, el hecho de no conocer ha nadie sería el segundo problema. Me preocupa menos, porque ya he sobrevivido a largas temporadas de soledad, durante la adolescencia. Pero no deja de angustiarme la posibilidad de pasar varios días en tierra extraña, sin conocer a nadie y sin nada que hacer aparte de buscar piso.

La búsqueda de piso es el gran problema. Los alemanes suelen ser muy estrictos con los procesos de selección (o al menos esa es la fama), y en la mayoría de habitaciones hay que llamar por telefono, lo cual con mi nivel de alemán puede ser complicado. En principio tenía una habitación en un piso con un brasileño, pero, a dos días del viaje, me entero de que no está amueblada. Así, que, o duermo en un saco 15 días, o me voy una semana a un albergue. En todo caso tendré que buscarme pronto un lugar más estable para instalarme.

En fin, todo dudas.

Sobreviviremos

(¿Sobreviviremos?)

domingo, 7 de septiembre de 2008

Objetivos claros

-¿Y cuáles son tus planes en Stuttgart?

-Sobrevivir.

Repetido anoche tres veces (como san Pedro).

jueves, 4 de septiembre de 2008

Me acuerdo...

(Algunos recuerdos deslavazados de una visita hace años ha a Stuttgart)

Me acuerdo de la Königstrasse. Me acuerdo de la arcada de la Schlossplatz. Me acuerdo de una exposición de arquitectura en un edificio al lado del Landtag. Me acuerdo de un aparcamiento junto al río. Me acuerdo de la "cosa" de Stirling. Me acuerdo de cómo los viñedos llegaban casi hasta el centro, como patinando ordenadamente entre las colinas.

Pero me cuesta recordar el alemán. Y sólo queda una semana.

A modo de introducción

-Siempre he tenido la necesidad de irme,-la dije-, pero ultimamente me siento agusto en Madrid. Además, te tengo a ti.

Tres horas después lo dejamos. Tres dias después me ofrecieron la beca.