martes, 24 de febrero de 2009

Sueño

Sabíamos que estaban entre nosotros. Era oficial. Tenía que haberme dado cuenta cuando me abordó en aquel bar en Chamberí. No podía desperdiciar la ocasión: rubia, sofisticada. Pero tenía que haberme dado cuenta. Tal vez por su manera de susurrarme al oido, tal vez por cómo me acariciaba el cuello. Pero sólo en el momento justo comprendí que para ella no era un polvo fácil; era la cena.

Conseguí separarme de ella y eché a correr, pero no era tan fácil darla esquinazo. Daba igual la dirección que tomara, siempre estaba allí. Y disfrutaba de aquella cacería. No sé como conseguí tumbarla y seguí corriendo, con los pulmones congelados, incpaz de mirar atrás, doblando esquinas con la esperanza de despistarla. Durante un buen rato me oculté tras unos cubos de basura. No aparecía. Por si acaso decidí buscar refugio en una casa. El portero, que a esas horas estaba despierto y de uniforme (entiéndanme, no hablo de un portero con librea bordada y gorra de plato, sino de esa peculiar combinación de jersey azul marino y corbata que parece el uniforme de muchos porteros en Madrid) escucho mi historia y se ofreció a darme asilo. Subimos a un apartamento, una extraña combinación de pensión y bambalinas de un circo. Llamó a una de las puertas.

-Señora, aquí hay alguien que la está esperando.

No necesité oir más. Me lancé escaleras abajo, devorando casi literalmente los peldaños de madera.

Y entonces desperté. Con escozor en el cuello.

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