domingo, 22 de febrero de 2009

Cronicas parisinas (I)

(Con una semana de retraso empezamos, pero este blog es así, y además ha sido una semana bastante mala, para que engañarnos).

Hacía tan buen tiempo al otro lado del Rin... Habré repetido estas palabras un par de veces en la última semana. Porque estamos soportando un largo invierno alemán, con sus cielos de plomo y sus restos de nieve en la acera. Algún día sale el Sol, pero por poco tiempo, lo justo para engañar a los extranjeros con la promesa de un tiempo mejor.

La madrugada que partí hacia París nevaba. Siempre he preferido la nieve a la lluvia para pasear. La lluvia es agresiva, golpea, cala, forma una cortina incómoda de atravesar. La nieve es más gentil; cae casi sin darse importancia, apenas se detiene unos segundos sobre la tela del abrigo antes de desaparecer sin dejar rastro, o simplemente se acumula sobre la ropa. En todo caso era una nevada fuerte, como unos velos de encaje cayendo sobre la ciudad, dejando una fina capa de 5, 10, 15 centímetros...

Bajo la nieve esperé al primer tren del día, casi vacio. Bajo la nieve, 20 minutos más tarde, esperé al siguiente en Vahiningen. Todos los que ibamos al aeropuerto habíamos tomado la misma ruta. Así que en el segundo tren se mezclaban los que volvían con los que se iban. En uno de los asientos un grupo de adolescentes alborotadas alborotaban al resto del vagón. Un hombre, apariencia de hippie trasnochado, las miraba con aire de desprecio. Las chicas se levantaban, se sentaban, se mojaban con un spray. Afuera la nieve seguía cayendo pacientemente. Cinco paradas antes del aeropuerto el hombre se bajo. Dos paradas antes la pandilla de adolescentes se levanto, tambaleantes, camino de la salida. Pasaron lo suficientemente cerca como para apreciar el exceso de maquillaje estropeando la piel fresca. Fuéronse y no hubo nada.

Bueno, sí. Tranquilidad.

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