martes, 24 de febrero de 2009

Sueño

Sabíamos que estaban entre nosotros. Era oficial. Tenía que haberme dado cuenta cuando me abordó en aquel bar en Chamberí. No podía desperdiciar la ocasión: rubia, sofisticada. Pero tenía que haberme dado cuenta. Tal vez por su manera de susurrarme al oido, tal vez por cómo me acariciaba el cuello. Pero sólo en el momento justo comprendí que para ella no era un polvo fácil; era la cena.

Conseguí separarme de ella y eché a correr, pero no era tan fácil darla esquinazo. Daba igual la dirección que tomara, siempre estaba allí. Y disfrutaba de aquella cacería. No sé como conseguí tumbarla y seguí corriendo, con los pulmones congelados, incpaz de mirar atrás, doblando esquinas con la esperanza de despistarla. Durante un buen rato me oculté tras unos cubos de basura. No aparecía. Por si acaso decidí buscar refugio en una casa. El portero, que a esas horas estaba despierto y de uniforme (entiéndanme, no hablo de un portero con librea bordada y gorra de plato, sino de esa peculiar combinación de jersey azul marino y corbata que parece el uniforme de muchos porteros en Madrid) escucho mi historia y se ofreció a darme asilo. Subimos a un apartamento, una extraña combinación de pensión y bambalinas de un circo. Llamó a una de las puertas.

-Señora, aquí hay alguien que la está esperando.

No necesité oir más. Me lancé escaleras abajo, devorando casi literalmente los peldaños de madera.

Y entonces desperté. Con escozor en el cuello.

domingo, 22 de febrero de 2009

Cronicas parisinas (II): Aeropuertos

Recuerdo un reportaje en el dominical de El País, allá por 1997, sobre los nuevos aeropuertos. Con la profundidad propia del medio, mostraba fotografías de algunos nuevos aeropuertos: Stansted, Bilbao (ejem). Recuerdo una fotografía del aeropuerto de Stuttgart. Recuerdo haber quedado impresionado por una fotografía del aeropuerto de Stuttgart. Y reconozco que ahora veo que lo que hace diez años me impresionaba ahora me parece una ridícula exhibición vigoréxica de estructura, un gasto absurdo de acero. Máxime cuando el aeropuerto es pequeño.

Recuerdo también como en el primer viaje tenía la intención de escribir un breve texto sobre el aeropuerto de Stuttgart y sobre el de Copenhague, pero eso era septiembre. Hoy es febrero, y afuera sigue nevando, aunque la señora de edad indefinible (el maquillaje es lo que tiene) y sandalias de tacón parece no haberse enterado; el avión sí, y mientras embarcamos se puede oir como rascan el hielo de las alas. No es el sonido más reconfortante para despegar en medio de una tormenta de nieve. De hecho el avión despega con media hora de retraso. Para entonces ya he terminado el crucigrama de El País, me he terminado el periódico y he conseguido dormir lo que me ha dejado el niño del asiento de al lado. Tras dos horas de aguantarlo y pensar en Herodes, hemos llegado al Charles de Gaulle.

Si el aeropuerto de Stuttgart es pequeño, casi coqueto, el Charles de Gaulle es monstruoso, caótico, desmesurado. Me hubiera gustado aterrizar en Orly, si quiera por ver si son reales esas estrafalarias escaleras mecánicas que se veían el El Amigo Americano. Pero en el Charles de Gaulle no hay nada atractivo, sólo la habitual impersonalidad de los aerpopuertos, las mismas tiendas, aunque la mercancía sea distinta. Tras media hora de vagar entre los vestíbulos, alcanzo el metro. Tras otra media hora de pelearme con la máquina de los billetes me subo al tren. Tras media hora de viaje alcanzo la Gare de l'Est.

Cronicas parisinas (I)

(Con una semana de retraso empezamos, pero este blog es así, y además ha sido una semana bastante mala, para que engañarnos).

Hacía tan buen tiempo al otro lado del Rin... Habré repetido estas palabras un par de veces en la última semana. Porque estamos soportando un largo invierno alemán, con sus cielos de plomo y sus restos de nieve en la acera. Algún día sale el Sol, pero por poco tiempo, lo justo para engañar a los extranjeros con la promesa de un tiempo mejor.

La madrugada que partí hacia París nevaba. Siempre he preferido la nieve a la lluvia para pasear. La lluvia es agresiva, golpea, cala, forma una cortina incómoda de atravesar. La nieve es más gentil; cae casi sin darse importancia, apenas se detiene unos segundos sobre la tela del abrigo antes de desaparecer sin dejar rastro, o simplemente se acumula sobre la ropa. En todo caso era una nevada fuerte, como unos velos de encaje cayendo sobre la ciudad, dejando una fina capa de 5, 10, 15 centímetros...

Bajo la nieve esperé al primer tren del día, casi vacio. Bajo la nieve, 20 minutos más tarde, esperé al siguiente en Vahiningen. Todos los que ibamos al aeropuerto habíamos tomado la misma ruta. Así que en el segundo tren se mezclaban los que volvían con los que se iban. En uno de los asientos un grupo de adolescentes alborotadas alborotaban al resto del vagón. Un hombre, apariencia de hippie trasnochado, las miraba con aire de desprecio. Las chicas se levantaban, se sentaban, se mojaban con un spray. Afuera la nieve seguía cayendo pacientemente. Cinco paradas antes del aeropuerto el hombre se bajo. Dos paradas antes la pandilla de adolescentes se levanto, tambaleantes, camino de la salida. Pasaron lo suficientemente cerca como para apreciar el exceso de maquillaje estropeando la piel fresca. Fuéronse y no hubo nada.

Bueno, sí. Tranquilidad.

jueves, 19 de febrero de 2009

Ética de trabajo

-Esta es una profesión 24/7

(Uno de mis compañeros estudiantes, demostrando que todavía hay quien se cree la mística de la profesión. En fin)

Los efectos de la crisis

(Conversación con mi jefe, a la hora del almuerzo)

-No si sabrás que este estudio está al borde de la bancarrota.

-Sí

-¿Sí? ¿Quién te lo ha dicho?

-Me he dado cuenta.

-Una lección dura que hay que aprender para convertirse en arquitecto.

P.D.: Cuanto la plantilla del estudio se ha reducido a la mitad, y de esa mitad la mitad son estudiantes, un polaco que sale gratis y un servidor, y solo se trabaja en concursos (que perdemos sistematicamente) y en la casa del jefe, lo raro es que no nos hayamos ido a pique antes. Y para darse cuenta de eso no hace falta ser Hegel.

Disclaimer

Llevo una temporada en la que parece que todo se rompe a mi alrededor. Se ha roto mi interés por la arquitectura, se ha roto mi interés por esta ciudad (no se ha roto mi interés por la cocina). Y un buen día llega la noticia que destroza del todo. No quiero convertir una pena privada en un luto público; los que están al corriente saben de lo que hablo, y los que no ya tienen información de sobra. En todo caso se hace raro intentar mantener el tono levemente frívolo de este rinconcito cuando una de las personas que más aprecio ha tenido una perdida tan grande que todas las palabras no valen para nada, que ni siquiera mi torpe prosa puede servir de consuelo.

Y ahora, prosigamos.

domingo, 8 de febrero de 2009

Tres

El Museo de Arte de Stuttgart (ojo, no confundir con la Staatsgalerie, más conocida como la cosa de Stirling) presume de poseer la colección más completa de Otto Dix en el mundo. Dada la pasión de Dix por entroncar con una cierta tradición de la pintura alemana, algunas de sus obras más representativas adoptan estructuras propias del arte medieval, como los trípticos. Y precisamente de eso, tomando como excusa el maravilloso La Gran Ciudad, va la exposición temporal que tienen programada hasta junio.



A pesar de lo abusivo del precio de la entrada (10 leurillos), la selección de obras es impecable, incluyendo un sorprendente Balla, de su etapa pre-futurista,




Los bocetos del triptico La Guerra, de Dix (pero no el cuadro, que se quedó en Dresde), un par de Max Beckmann, incluyendo el desconcertante Beginning




un Yves Klein, un par de Tapies, un Kokoschka, incluso una gilipollez del infladísimo Damien Hirst (aquí intentando copiar a Beuys). Pero lo mejor de la muestra estaba en el sótano del museo, integrado entre la colección permanente. Un cartel a la entrada advertía de que la obra podría herir sensibilidades y que no se aconsejaba la entrada a menores de 12 años. Lo que podía resultar tan impactante no era otra cosa que el Tríptico de Nantes de Bill Viola, un larguísimo video de casi media hora (yo lo cogí empezado) que documenta en los paneles laterales un parto y una agonía (reales) y en el central una figura flotando sumergida en agua. Fui la única persona que aguanto hasta el final, presenciando esos dos momentos decisivos a la vez (la verdad es que poca atención presté al panel central), observando las simetrías y los parecidos entre las dos escenas, hasta que al final la mirada del bebe y la no mirada de la agonizante (la propia madre de Viola) cierran el círculo.



Y creo que pocas veces me ha impactado más una obra de arte.

jueves, 5 de febrero de 2009

Grava

Una de las cosas buenas de trasnochar: anoche, mientras bajaba las persianas, tuve ocasión de ver la máquina que repone la grava en las vías del U-Bahn (lástima de patética calidad de la foto)

lunes, 2 de febrero de 2009

En estéreo dolby surraund

Tenemos chico nuevo en el piso. Bueno, en realidad tenemos a dos, porque este viene con la novia incorporada. Y aquí los tenemos haciendo vida de pareja. Demasiada vida de pareja, diría yo...

El viernes pasado estaba con mi otro compañero de piso de tertulia en su cuarto. De repente, al otro lado del tábique percibimos lo que siendo objetivos podría definirse como una serie de chirridos seguida de unos gemidos femeninos entecortados. Después de mirarnos un tanto desconcertados, y tras ahogar una carcajada, nos batimos en retirada hacia el balcón; mi compañero a fumarse un cigarro y yo a pasar frío.

-Hay que ver. Esto parece el 68.
-Ya, pero olvidas que ni esto es una comuna, ni tenemos la posibilidad de tirarle piedras a la policía como actividad alternativa.

¿Y cómo acabo la noche de pasión? Pues mientras nos decidíamos a salir a tomar unas (cuantas) cervezas, el televisor sonaba alto detrá de su puerta. Ya no hay romaticismo... (ni siquiera en la tierra de los románticos).